Por
  • Octavio Gómez Milián

País fallido

País fallido
País fallido
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Escribo esta columna mientras se decide el futuro de Galicia. Da igual lo que suceda. España es Galicia: un pueblo de domingo, después del Carnaval, con algo de confeti entre el pelo y el disfraz, cartón y plástico malo, aplastado al fondo del cuarto de los trastos.

España es un país donde el presidente acude a una gala con los cuerpos de tres guardias civiles camino de sus casas. Nada detiene al presidente: etarras y criminales fugados, todo suma en el odio a España. Vuelvo a lo sencillo, a la casuística individual: me planteo, cada día, que para ser un buen patriota lo más coherente es dejar de serlo. Así que me subiré al carro del esputo, de la región dispersa, de lo mío es mío y lo de Madrid que lo repartan. 

Columna a ciegas, da igual quién gane: si cae el PP caerá Feijóo y llegará Ayuso, si gana el BNG todos nos haremos nacionalistas, porque ya lo somos, sin darnos cuenta. España es Galicia: la derecha españolista apuntala el monolingüismo con arte y desdén, como en los tiempos de Valencia y Baleares, y la izquierda, de guiños trabuqueros, quiere terruño propio. España es un país fallido en el que educamos a los alumnos en el odio a España, en la exaltación de la región, como si fuera una unidad de destino en lo universal. Pero ya lo he comentado alguna vez en este mismo púlpito: ojo, que a la altura de la MAZ, en la carretera de Huesca, están cantando los goles que dejan al Zaragoza en segunda. España funciona con el queroseno del desprecio y la proclama insolidaria. Con el cartel de próxima salida ‘A Coruña’ y la calle ‘Saragossa’ al lado del kiosco de Salou donde le compro los ‘Superthings’ a mi hijo.

Octavio Gómez Milián es profesor de matemáticas y escritor

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