Por
  • Octavio Gómez Milián

Un día más

Un día más
Un día más
Pixabay

Escribo estas palabras unos días antes de que sean publicadas. Por eso, hace un mes, estos mismos mil quinientos caracteres aparecieron, felices y navideños, mientras mi padre sufría un fallo cardíaco. Hoy sigo acostándome asustado por la llamada en mitad de la noche, siniestra e implacable. 

Y duermo o, más bien, navego en pesadillas y sobresaltos, abrazado al sudor del tiempo, dividido, divisible, totalmente ajeno a mi formación científica. Un día, dos horas, tres madrugadas. Mi padre, mi hijo, mi familia… son dimensiones que escapan a lo mensurable, son deformaciones sentimentales, de carne y sangre, que funcionan como escalas afinadas por la genética. Escribo estas palabras casi evitando la cama, el silencio de la luna, el carraspeo tísico de un pequeño pueblo que me recibió hace una década. Hoy o ayer, mezclo los días desde que abandoné los pasillos de lejía y mascarillas de la clínica, volví a llevar a mi hijo a la escuela, peleé con la afonía heredada de estas jornadas agonísticas, traté de ponerme al día con mis alumnos, con Hacienda, con el periodismo. Busco la normalidad en lo que es distópico, en lo que pide un despertar confuso, una irrealidad que suena a piropo porque lo que tocas y lo que respiras es el horror de la espera, la comezón que estalla como una semilla pútrida al abrir los ojos y recordar que el día es una página más del dietario de vinagre en el que se ha convertido tu vida. Pero no, me resisto, grito sin que me escuche nadie. Y te abrazo, padre, cuando acuesto a tu nieto. Sumo, en la distancia, un día más contigo.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión