Change.org y la eficacia
Generar el cambio. Hacer la diferencia. Denunciar una injusticia. Levantar la voz para que no ganen los de siempre. He ahí las premisas de la iniciativa change.org, figura recurrente en el día a día de quienes se pronuncian alguna vez sobre algo, secundan empeños ajenos por petición expresa de conocidos o han cedido sus datos a causas solidarias asumiendo que serán compartidos a terceros.
Vamos por partes. Señalar las injusticias sin tener miedo a que una tizona justiciera te rebane el índice es una de las bases de la democracia, así que todo bien por ahí. Ceder datos y exponerse a los malos, tanto los ilegales y chungos como los que bordean la legalidad con un pie en cada lado de la línea de tiza (es decir, desde la publicidad no deseada a los ‘malwados’ del ‘malware’ y demás inmundicias) es algo que hacemos de manera inconsciente a diario, cada vez que operamos en las redes. Cuidado hay que tenerlo, pero obsesionarse con ser una isla digital es un esfuerzo tan fútil como nocivo para la salud: hace tiempo que estamos en paños menores en ese sentido.
Más: que te pidan pasta para apoyar otras causas cuando acabas de apoyar una es, quizá, justificable desde el punto de vista de esta web de labor encomiable, pero con este detalle de extender binariamente la mano quizá enloda un poco su imagen pública. Por otro lado, si circunscribimos nuestro activismo a apuestas de rendimiento comprobable, ‘jugando’ sobre seguro, la solidaridad y el altruismo se convierten en cuentas de explotación y balances comerciales. Algo así como dar un poco de pasta al músico callejero y decirle luego que no se lo gaste en vino.
Conclusión: firme usted o no firme, viva con anteojeras (las suyas, las que le presten) o sea águila de visión periférica, déjese llevar por su impulso más epidérmico. No se va a equivocar.
