Comerse un clon

Comerse un clon
Comerse un clon
Pixabay

La gran huella de innovación y calidad que ha dejado Aragón en Madrid Fusión supone un hilo de esperanza ante un panorama muchas veces desolador en las grandes ciudades. Mi exilio laboral en Madrid me conecta con la hostelería aragonesa cuando hablo con mi hermana o mis amigos. 

Rara es la vez en que no me recitan un montón de sitios a los que "tenemos que ir". Y no solo en Zaragoza sino por todo el territorio de una región ‘vaciada’ de relevo generacional en algunas zonas pero que, por fortuna, sostiene la tensión de esos puntos a los que acudir, aunque solo sea por comer. Esto, como digo, es una alegría inmensa. Madrid, que cada vez es más un decorado donde a la autenticidad y a la originalidad les toca resistir para sobrevivir, está padeciendo en los últimos años una vergonzante repetición de cartas y menús que ponen muy complicado arriesgarte a salir a una mesa fuera de casa. Obviamente no estoy hablando de restaurantes donde cada comensal debe apoquinar alrededor de sesenta u ochenta euros; me refiero a esa oferta gastronómica para una mayoría que también tiene derecho a disfrutar por veinte o treinta euros. La proliferación de croquetas de chipirones, tataki, nachos, hamburguesas de carne ‘deluxe’, gyozas, algún plato con lo que dice ser atún rojo y, cómo no, tarta de queso, obedece ya a una clonación en la oferta de la capital tal, que ni en Corea del Norte se ha visto homogeneidad igual. Esto obliga al residente en Madrid a guardar como oro en paño los rincones de buena mesa que pelean para no ser otro clon, pero también le sitúan en cierta perplejidad cuando se llega a Aragón, que sostiene una oferta con mucha más personalidad. En la propia Zaragoza, resulta una suerte ya no solo los magníficos restaurantes que hay para bolsillos de la ancha clase media sino, como apuntaba hace poco un buen amigo, la fortuna de que muchos de ellos no pivoten únicamente en el centro de la ciudad. Las Fuentes, plaza San Francisco, Delicias… son barrios con una oferta gastronómica que, más allá del casco histórico, sostienen negocios con una apuesta que además es capaz de ir más allá de la tradición. Un hecho notable para quienes vemos desde fuera cómo la despersonalización de la comida es una amenaza real para una mayoría que quiere platos accesibles pero con evolución y memoria.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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