Por
  • Víctor Juan

Asuntos pendientes

Asuntos pendientes
Asuntos pendientes
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Pronto se cumplirán cincuenta años de una conversación que quise tener con mi padre y nunca tuve. Sería julio porque aún me quedaban muchos días de verano por delante, de aquellos veranos eternos en Caspe. Él entro en la habitación. Quizá me dijo que era ya hora de apagar la luz –a los niños les gusta vivir con la luz encendida–, quizá solo quiso desearme buenas noches, quizá entonces aún me besara para cerrar cada día el día. 

Lo recuerdo apoyado en el umbral de la puerta. "Papá, quiero contarte algo" –le dije con toda la seriedad que fui capaz de reunir a los trece años que acabada de cumplir el día de san Quirico–. Sonrió. "Mañana hablamos, que ahora es ya muy tarde". Seguro que no quería hablarle del campeonato de Aragón de pesca de ciprínidos que yo había conquistado unos días antes de terminar el curso. Tampoco le querría contar que me había enamorado. Esos asuntos los despachaba siempre con mi madre, mientras ella me miraba y, de cuando en cuando, me abrazaba. Además, yo aún no sabía que Olga vivía en el mismo mundo que yo empezaba a descubrir. Lo único que puedo asegurar es que quise decirle algo a mi padre y que dejamos esa conversación pendiente. Al día siguiente éramos otros y o no me pareció importante contarle que estaba cambiando mi manera de entenderlo todo o los días me plantearon otras urgencias. Casi cincuenta años después sé que no conviene dejar pendientes conversaciones, besos o sonrisas porque con el tiempo se convierten en nudos en la garganta de esos que solo alivian las lágrimas sin venir a cuento.

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