Por
  • Miguel Ángel Heredia García

Del ocaso de los valores: ¿El esfuerzo?

Del ocaso de los valores: ¿El esfuerzo?
Del ocaso de los valores: ¿El esfuerzo?
Heraldo

No pasa una semana en que no nos despertemos con una nueva noticia alarmante para la comunidad docente, ya sea en España o en nuestra comunidad.

Hace unos días fueron los resultados del informe Pisa, seguidamente cifras del incremento de los casos sobre acoso escolar, continuando con el problema, y quizás enfrentamiento, sobre la permisibilidad del uso de los teléfonos móviles en los centros, también el preocupante aumento del abandono escolar, y el nulo descenso del fracaso.

Y continuaremos con esta dinámica durante todo el curso, se lo garantizo. Seguirán publicándose datos sobre la violencia en general en centros, dirigida en muchos casos contra equipos docentes; sobre la salud mental en la infancia y juventud; y sobre algún tema más, incluidas tentativas de suicidio.

Nos enfrentamos a una cultura de pánico al esfuerzo

Si reconocen mi firma y han leído otras de mis publicaciones, sabrán que suelo mostrarme poco alarmista, pero es complicado no hacerlo cuando te apasiona la educación y ves la deriva que está tomando para cuestiones que son muy importantes. No en todas, no caigamos en el derrotismo, pero pocas se libran.

Los resultados que podamos apreciar hoy no son sino la consecuencia de lo que llevamos haciendo en las aulas bastante tiempo, y creo que quienes están viviendo de cerca en mayor o menor medida los habrían visto venir. Y todos tenemos nuestra parte culpa, por acción u omisión.

Ojo, que, cuando me refiero a lo que hacemos en las aulas, no estoy señalando con el dedo al profesorado: el problema es mucho más global, y eso es lo que realmente me preocupa: hemos introducido importantes innovaciones y mejoras, en algunos casos sin tener claro el para qué, el cuánto y el de qué manera.

Creo en muchas de esas herramientas y reconozco mejoras en determinados campos. Pero no entiendo, de verdad, cómo hemos podido dejar de lado unos principios o valores fundamentales para el feliz crecimiento o desarrollo de las personas: los valores y las competencias, no sólo los conocimientos. No somos conscientes de lo que nos estamos jugando.

Hablo de la cultura del esfuerzo, de tratar de hacer lo que te ocupa de la mejor forma posible. Hablo de ser capaces de trabajar con autonomía, cada día con un poquito más según avanzan los cursos. De crecer en la asunción de responsabilidad y no estar en una sobreprotección constante que me va a hacer madurar pasados los treinta.

La sociedad y las familias no se lo estamos enseñando a los jóvenes ni tampoco exigiendo

Y sigo. Me refiero a aprender a tolerar la frustración, porque me voy a dar de frente con ella en la vida y deberé saber cómo afrontarla. De tener un respeto hacia todo el mundo en general y, en particular, a quien intenta ayudarme, y los equipos docentes les aseguro que lo tienen por objetivo principal. Y también de aceptar unas normas lógicas de convivencia, imprescindibles en cualquier sociedad, aunque no siempre te muestres de acuerdo con ellas.

Estos valores, y otros más, me parecen los cimientos sobre los que construir una educación a la que pueden ponerle los calificativos que deseen (potente, de calidad…), pero que, sobre todo, nos permita mejorar como personas y sociedad.

Creo que nos enfrentamos a una cultura de pánico al esfuerzo y de dejación de la responsabilidad. Y no volquemos la culpa en el alumnado, en la juventud. No les estamos ni enseñando ni exigiéndoselo ni la sociedad ni las familias en general. No se está decidiendo para el medio y largo plazo; solo contemplamos el corto y ello sin duda puede desembocar en el desastre del abandono. Se dejan los estudios porque me exigen un esfuerzo y trabajo: no tiene importancia, ya se presentará la solución sola. ¡Cuidado con lo que estoy diciendo!

Esto, en el fondo, es producto del desenfoque del llamado contrato social, en el que se reclaman todos los derechos (bien en principio) pero sin cumplir la mayor parte de las obligaciones, lo que obviamente no es aceptable.

Y en estas estamos. Sigamos mirando de reojo, pensando que el tiempo solucionará todo por generación espontánea y reaccionaremos (o no) cuando el daño sea irreparable, mientras seguiremos desayunándonos con más noticias gratificantes.

¡Yo seguiré insistiendo! ¿Alguien se apunta?

Miguel Ángel Heredia García es presidente de Fundación Piquer

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