Por
  • Miguel Ángel Heredia García

Del acoso escolar y sus cómplices

Del acoso escolar y sus cómplices
Del acoso escolar y sus cómplices
POL

Mi miedo era entrar al colegio cada día y que me dijeran que yo no tenía derecho a estar allí porque no les gustaba, o no les caía bien. Es muy difícil de superar y contar, mi madre fue la última en enterarse porque no quería decepcionarla, pero lo estoy superando". Este desgarrador testimonio, replicable en innumerables confesiones, me da pie a abordar de nuevo un asunto que sigue desgraciadamente vigente después de muchos años y en cuya solución los avances, evidentes, son lentos.

El problema de la violencia que se produce en el entorno escolar se inscribe en un contexto más amplio: el fenómeno social –afecta a las relaciones humanas– y psicológico –afecta a personas que se enfrentan a estas situaciones–. Hemos de entender que ese acoso que encontramos en las aulas no es sino resultado de que también lo vemos en la calle, en casa, en el ámbito económico o político. Y, por supuesto, en las redes sociales, que no sé si son causa incendiaria o consecuencia penosa de todo lo anterior, o las dos cosas. Y, ojo, la escuela es reflejo de la sociedad de hoy, y la sociedad será mañana lo que hoy es la escuela. Vayamos, pues con cuidado.

En estas circunstancias cabe destacar que todo el entorno es, al final, partícipe y hasta cierto punto responsable: agrediendo o siendo víctimas, pero también como espectadores, lo que nos convierte a veces en cómplices silentes.

Algunas víctimas del maltrato terminan aprendiendo que la única manera de sobrevivir es convertirse, a su vez, en personas violentas, con la desgastada expresión de que la mejor defensa es un buen ataque, y desarrollan así actitudes maltratadoras hacia el resto. Quien siente la victimización ve afectada su identidad y percibe permisibilidad para quien ejerce el abuso, con lo que se cercena cualquier desarrollo de una personalidad apta para socializar.

Aunque hoy existe una mayor conciencia social sobre el problema, lo cierto es que muchas veces seguimos sin reparar en la gravedad de las situaciones de acoso escolar

Por otro lado, quien ejerce esa violencia, frente a la indefensión de la víctima y la actitud pasiva de quienes lo contemplamos, refuerza esos comportamientos, trasladándolos a otras situaciones, encontrando siempre una supuesta justificación, desde el ‘era una broma’ hasta la recurrente explicación de ‘me estaba molestando’. Quien agrede no respeta las normas, crecido en la fuerza que le otorga el privilegio de saltarse todo lo impuesto, que a su vez le proporciona cierta popularidad y una autoimagen de seguridad ganada a golpes de fuerza y poder, lo que degenerará en un deterioro de su desarrollo moral, acercándose a una conducta precriminal.

Y quien lo observa sin mediar en la solución valora esta lacra como grave y frecuente, y aprende a no involucrarse, a pasar por alto los actos injustos y a callar ante el dolor ajeno. Quien así actúa contribuye a la permisividad.

Afortunadamente, hace ya unos años que ha habido un cambio de mentalidad, pero esos cambios en algunas ocasiones lo son fundamentalmente de cara al exterior, y en nuestro fuero interno no le damos la importancia que tiene y no nos ocupamos en exceso.

Tengamos presente que las investigaciones apuntan a que el abuso y la victimización siempre conllevan efectos a largo plazo y requieren la actuación inmediata de la comunidad escolar. Uno de sus objetivos ha de ser la construcción de unas generaciones más sanas y justas, porque no hay que olvidar que el núcleo de la socialización primera se produce, junto con la familia, en la escuela.

Para concluir, se suma que en todo este complicado asunto se produce un círculo de inculpación perverso: las familias culpabilizan a los centros escolares, estos a las familias, ambos a las instituciones, todos a los medios de comunicación y, en general, a la sociedad. Pero ¿quién asume las responsabilidades? De nuevo, una llamada a la reflexión y la actuación de toda (digo toda) la comunidad educativa. 

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