El cava y los lunes

El cava es parte de la fiesta.
El cava es parte de la fiesta.
Francisco Jiménez

Cuando Rubiales dijo que no iba a dimitir, pensé que la decisión la había tomado la noche anterior mientras veía una escena en la que Leonardo DiCaprio hace exactamente lo mismo en ‘El Lobo de Wall Street’. 

La película de Scorsese tiene dos virtudes, la de su director, que nos deja claro que se puede dirigir una película con setenta años con un espíritu más joven que alguien de treinta; y la de explicarnos que la costumbre del vicio nos acaba dejando perdidos y lo que es peor, aburridos. Los personajes descorchan champán en Wall Street como botellines de agua, y convierten el gesto del corcho, tan especial, enfocado, efeméride, en un lunes. Y los lunes, a diferencia del champán, no se eligen. Por eso, cada final de Navidad me pregunto por qué no disfruto de las cosas que me acompañan estos días y que me gustarían también en marzo, en agosto o en octubre. El champán, por ejemplo, transmutado en cava (aragonés, si cabe elegir), que adoro cuando está frío, suavemente alcohólico y burbujeante porque yo adoro las burbujas, que es algo que se ama o se odia, como todo lo que se hace o deshace con pasión y escaso cargo de conciencia.

El remordimiento de no cumplir esta expectativa sencilla y factible el resto del año, aumenta cuando salgo de los cónclaves familiares de cada Navidad en los que mi prima Pilar, y durante años mi tía Mariví, resultan estupendas organizadoras. Son una mesa rectangular en defensa de turrón y bombones donde los descorches se suceden como si hubiera subido la Bolsa, y donde existe cierta vigilancia por ahorrarnos la política o las decepciones, que, a diferencia del cava y como los lunes, tampoco se eligen. Enmarcan además el paso del tiempo, pues hemos evolucionado de dar la luz para poner bien unos gin tonics, a apagarla porque mi sobrina Carlota (y no es detalle menor, disfrazada de Frozen) nos quería enseñar su nuevo libro de ‘Alicia en el País de las Maravillas’ proyectado en el techo. En definitiva, enfocan una decepción que se compensa con la felicidad de los instantes; pues incluso nuestras propias elecciones escapan de una alegría que nos rodea, que nos hace dependientes de lo que no es costumbre ni nosotros mismos. La vida en consenso, ajena por un instante del dolor, que no se elige, que se celebra gracias a quien decide acompañarnos.

@juanmaefe

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