Por
  • Luisa Miñana

Cuidar, pensar, proteger

Cuidar, pensar, proteger
Cuidar, pensar, proteger
Pixabay

Comenzaré con una cita, algo extensa, del libro ‘Por una corporeidad postmoderna’ (Editorial UOC, 2014), de Asun Pié Balaguer, experta en estudios sobre discapacidad, que resume el sentido de lo que querría compartir:

"Reducir los cuidados a un servicio o una comodidad niega su centralidad en la experiencia humana, genera dominación y, en consecuencia, vulnerabilidad problemática. Esta reducción introduce una demarcación entre los ciudadanos en sentido pleno y los necesitados (descalificados socialmente). Y esto parece autorizar a tratar a los trabajadores de los cuidados como si no tuvieran competencias específicas, siendo canjeables y prescindibles. Todo ello alimenta una devaluación económica y política de los cuidados, lo cual favorece también su mercantilización. La modificación de esto solo es posible si se coloca el cuidado como valor central de las sociedades democráticas. Defender este punto implica, entre otros, ampliar su noción y superar la dicotomía entre beneficiarios y dispensadores".

Se habla mucho de los cuidados, pero estamos asistiendo a su mercantilización, en perjuicio tanto de las personas vulnerables como de los trabajadores

Es cierto que de un tiempo a esta parte se habla mucho de los cuidados como una cuestión nuclear del engranaje social. Ya era hora. Aunque si hablamos tanto es porque cuidarnos constituye un elemento que problematiza nuestras vidas cotidianas, ¡qué paradoja! Vamos cobrando consciencia de la transcendencia de los cuidados cuando su prestación concreta en las situaciones de enfermedad o fragilidad se ha visibilizado como función social, al dejar de estar exclusivamente a cargo de las mujeres en el seno de los hogares, donde quedaban sistemáticamente invisibilizados, absorbidos como una tarea personal más, de las que la sociedad resultaba en consecuencia descargada. Como respuesta, rápida y cortoplacista, a esta complicación, hemos adoptado dos vías preponderantes: la institucionalización sistemática de los frágiles y el trabajo precario de terceras personas que han sustituido total o parcialmente a las mujeres en los hogares, sin olvidar que los cuidadores que desempeñan su trabajo en algunos centros también lo hacen en condiciones de inestabilidad salarial o temporal. 

Los cuidados no escapan negativamente a la ley económica imperante de las máximas rentabilidad y capacidad productiva, en una brutal inversión de los valores éticos primarios de la vida, tanto en su más puro sentido ontológico como en el sociológico. Una gran parte de los centros asistenciales están siendo fagocitados por entramados empresariales y financieros. Por otra parte, los profesionales a domicilio, que ayudan en tareas como movilización, aseo, acompañamiento, raramente alcanzan a reunir salarios suficientes y permanentes. En un perverso efecto martillo, la endeble y desestructurada forma de atender, dentro del flujo de oferta y demanda, al cuidado repercute en la vulnerabilidad de quienes necesitan esos cuidados y de sus familias, generándoles ansiedad económica, de organización vital, psicológica.

"Colocar el cuidado como valor central de las sociedades democráticas". Esa es la cuestión, porque en la ayuda mutua está el origen de toda socialización. El sentido del cuidado va mucho más allá del dispensado en un tiempo concreto de especial fragilidad de la vida (que siempre es frágil). La lengua castellana aclara perfectamente el asunto: cuidar proviene de la forma antigua ‘coidar’, la cual procede del latín ‘cogitare’, es decir pensar. Y entre las acepciones que recoge el Diccionario de la Academia como significado de cuidar, algunas son así de amplias y transversales: 1) poner diligencia, atención y solicitud en algo; 2) asistir, guardar, conservar. Como sinónimos de cuidar la RAE señala: proteger, defender, vigilar, custodiar, mantener, preservar, velar, atender. La semántica que subyace bajo todo estos verbos es la misma: la interdependencia. Hemos aceptado y normalizado la tramposa fórmula ultraliberal del ‘hacerse a uno mismo’ hasta generar individualidades desequilibradas –como revela el aumento de problemas de salud mental–, que nos están incapacitando para la empatía a cualquier nivel. Una sociedad de los cuidados debería ser una nueva modalidad de relaciones humanas, no sólo en los círculos domésticos, también alumbrando nuevas relaciones en la economía y en la política. No me crean ingenua. Acaso, pertinaz.

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