Por
  • Juan Antonio Frago

Abecedarios y mujeres

Abecedarios y mujeres
Abecedarios y mujeres
Pixabay

El refranero ofrece sobradas pruebas de las limitaciones que a la actividad familiar y profesional de las mujeres causó la misoginia, de tan hondo arraigo en la sociedad hispánica, y en tantas otras, así: ‘la mujer casada, la pierna quebrada y en casa’, ‘las mujeres hilen y no estudien’, ‘mujer con letras, dos veces necia’, ‘mujer que habla latín, rara vez tiene buen fin’. 

Cervantes marca la divisoria sociocultural entre féminas leídas e iletradas, cuando la mujer del ventero andaluz advierte a su hija: "calla, niña, que parece que sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto". Y Torres Naharro en su ‘Propaladia’ (1517) trae a un galán que presume de no saber escribir y de no tener en su casa mujeres lectoras, quimeras "que llevan a los hombres al brasero (Inquisición) / y a las mujeres a la casa llana", o prostitución.

La misoginia, tan arraigada, quiso durante siglos mantener a las mujeres en
la ignoracia

No obstante, la mujer fue protagonista del primer abecedario versificado, de amor cortés envuelto en cultura, el que compuso el poeta salmantino Juan del Encina (1496), "a una dama que le pidió una cartilla para aprender a leer", creyendo él, sin embargo, que no había tal ignorancia, pues "no ay cosa que buena sea / que vos ya no la sepáys". Había sido Encina discípulo de Nebrija, si bien su ortografía en ciertos aspectos difiere de la nebrisense; el carácter de la del poeta también es fonético: "y es la ‘h’ el sospirar / que siempre, siempre os embío". La hache aspirada, no la sorda de ‘hembra’, que dialectalmente pervive en hablas meridionales, "quien no diga ‘jacha’, ‘jilo’ y ‘jiguera’, no es de mi tierra", y en las canarias y americanas. Compaginaba, pues, Encina signo, sonido y significado: "ved cada qual cómo suena / y después todas juntadas, / trocadas y trastrocadas, / haréys partes de mi pena".

El ‘Quijote’ refiere otro caso de abecé amoroso, el que Leonela, doncella de Camila, asegura que podía recitar de memoria, de 22 letras, de 24 era el de Encina, cada una inicial de un calificativo de Lotario: "agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme…; la ‘x’ no le cuadra, porque es letra áspera…", la pronunciación de la moderna velar ‘j’. Lope de Vega en su ‘Peribáñez y el Comendador de Ocaña’ de otros dos se sirve, el que el varón dedica a Casilda y el que ella le devuelve (respectivamente de 21 y de 19 letras).

Sin embargo, no faltan en la literatura española testimonios y personajes que prueban la existencia de mujeres leídas e ilustradas

El gran alcalaíno en la figura del narrador, que lo representa, se afirma "aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles", pasión por la lectura que con los humanistas compartió, y a la que Maquiavelo no puso freno en su destierro toscano, con los mejores autores latinos y romances. Pero esa cultura cervantina tenía un vibrante nervio social, al que no podía ser ajena la lengua hablada y escrita. De modo que se fijaba en el cuadrillero vacilante ante el pergamino, "porque no era buen lector", en que leían y escribían los hidalgos, los pajes de grandes señores, los maestros rurales, los sacristanes y algunos pastores; y en que, cuando en la venta se reunían los segadores, "siempre hay algunos que saben leer". Lectoras solían ser las hijas de labradores ricos, como Dorotea, la misma sobrina de Don Quijote o la hija de doña Rodríguez, dueña de la duquesa, "que lee y escribe como un maestro de escuela". Porque las escuelas de primeras letras creadas en tantos pueblos de España desde el siglo XV facilitaron una creciente alfabetización también en el pueblo llano.

En otro nivel de formación, hubo mujeres de saber latino, no obstante la reticencia social que el refranero asegura; no solo la famosa Beatriz Galindo, ‘la Latina’, y otras que oyeron lecciones del mismo Nebrija. El deseado bien cultural que la imprenta y el Renacimiento prodigaban, incluso llevó a que algunas tentaran al Santo Oficio, como aquellas damas y muchachas de buena familia que, a mediados del XVI, se ingeniaron para comunicarse con el bigardo fraile Orellana, preso en la Inquisición de Cuenca, que desde lo alto de su celda les hacía llegar sus endechas y villancicos, coplas y chistecillos "para pasar tiempo", hasta distintos modelos caligráficos. Y en carta a una de sus devotas amigas le decía: "començé ayer viernes con un ‘abc’ que en alabança de mi señora hize" (Jiménez Monteserín, 2004).

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