Por
  • Ricardo Díez Pellejero

El fin del mundo

El fin del mundo
El fin del mundo
Pixabay

Estados Unidos está a punto de alcanzar los 33 billones de dólares de deuda (infinito más uno, en términos domésticos) en un momento de incertidumbre en su gobernanza bajo la espada de Damocles del techo de gasto. 

El mero hecho del cierre del Gobierno –con el impago de sus empleados y el cese de ayudas a Israel o a Ucrania– conllevaría un impacto semanal aproximado del 0,15% del PIB y, tal vez, pudiera dar oportunidad a un evento geoestratégico tan significativo como inesperado hace unos meses, giro que se daría si la debilidad del gigante americano se viera potenciada por la acción de sus competidores; de tal suerte que Rusia, China y/o Irán decidieran incentivar o, directamente, escalar las hostilidades en el Próximo Oriente, tratando de evidenciar las dificultades para proveer de apoyo a su apadrinado, al tiempo que el frente ucranio se vería desasistido; corriéndose el peligro de un desequilibrio que propiciaría el avance ruso, pues puede compensar la escasez de recursos con millones de almas a las que llamar a filas.

Así las cosas, en un escenario contrario a los intereses americanos, podríamos asistir a la apertura de nuevos frentes, al resurgir de otro tipo de alianza árabe o de una Yihad globalizada, más virulenta y que ‘sansonizada’ hiciera temblar los pilares de Filistea; comprometiendo de facto la influencia futura de EE. UU. como actor decisivo en el territorio, cuya posición de garante del Derecho internacional se antoja imposible ante sus ojos, al negligir en la exigencia de respetar las normas y resoluciones de la ONU. De ser así y de expandirse la frontera rusa hacia el oeste, no sería desdeñable la probabilidad de que, a corto plazo, la tendencia recesiva del uno se acentuara, mientras que el impulso expansivo de los otros se incrementase, llevando a consecuencias a medio y largo plazo difíciles de prever, pero que hacen pensar en un cambio de paradigma y en un recrudecimiento de la beligerancia para retomar las posiciones perdidas. Esto, evidentemente, podría llevarnos a un fin del mundo por la vía literal y atómica o –simplemente y como les planteo– a un cambio de influencias e ideas dominantes que alumbre un mundo nuevo, aunque no necesariamente mejor.

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