Por
  • José Badal Nicolás

El infortunio de todos

El infortunio de todos
El infortunio de todos
Krisis'23

El menosprecio del espíritu y la letra de nuestra Constitución, así como la interpretación torcida de nuestra ley suprema por parte de personas veleidosas, sin otra meta que retener el poder o el empleo público por desmedida ambición o insano ego, son los males que ahora nos acechan y que pueden llevarnos a un grave deterioro de la convivencia de difícil retorno. 

La mentira y la tergiversación, si no la opacidad o el clamoroso silencio, campan a sus anchas por nuestro devaluado mundo político y se infiltran subrepticiamente por las costuras mal cosidas de nuestra sociedad invadiendo con atrevimiento y desvergüenza hasta sus más recónditos rincones.

El espectáculo que actualmente nos ofrecen los políticos de medio pelo, con la aquiescencia de algunos magistrados ‘innovadores’, todos ellos obcecados en su medro y provecho personales, a vueltas con la amnistía en favor sólo de algunos delincuentes declarados y el referéndum de autodeterminación para satisfacción de egoístas impenitentes, es deplorable. Manifestar un día una convicción y al siguiente la contraria no tiene pase sin que nuestro andamiaje intelectual cruja y se desmorone dando al traste con nuestro acervo de valores éticos y morales. Resulta preocupante lo que ahora acontece con muchos magistrados dando sus respectivas opiniones: unas (la mayoría) que rechazan de plano la amnistía y el referéndum que el Gobierno actual intenta perpetrar con insidia, y otras que contra viento y marea sostienen lo contrario. No es el camino idóneo para transitar hacia la concordia.

Aborrezco la ambigüedad, detesto la inconcreción, las medias tintas, las imprecisiones, incluso las verdades a medias. Y esto reza para el lenguaje, cuando adrede o no se da pábulo a distintas maneras de entender las cosas o a sesgadas interpretaciones doctrinales; pero también compete a las personas que con sus vaguedades y subterfugios enmascaran u ocultan deliberadamente sus verdaderas pretensiones, sus turbios deseos e intenciones. Tales disimulos, verbales o epistolares, empañan la razón y son motivo de incertidumbre, duda, vacilación, confusión, y acaban en groseras contradicciones y en engaño.

El espectáculo que nos ofrecen algunos políticos, con la aquiescencia de varios
magistrados ‘innovadores’, a vueltas con la amnistía y el referéndum de
autodeterminación para satisfacción de egoístas impenitentes, es deplorable

De sobra sé que las cosas no son blanco o negro, que hay muchas tonalidades de grises y otros colores, distintas apreciaciones, varios puntos de vista, y que a veces, por educación o conveniencia, es mejor contar parte de los hechos, no mostrar los datos en toda su crudeza, no enseñar la realidad descarnada, especialmente cuando se tiene necesidad de cautela, cordura y prudencia. Reconozco que en ocasiones es mejor así, incluso que es algo admitido, obligado, sensato; estoy pensando en la guarda y custodia de secretos oficiales que todo país está interesado en proteger, en asuntos de seguridad que requieren la máxima reserva y discreción, en las relaciones diplomáticas que exigen cintura en situaciones delicadas…

Sin embargo, hay momentos en los que la ambigüedad calculada, el discurso tendencioso, el relato equívoco, la falta de claridad y sobre todo la mentira desnuda y la ocultación de la verdad causan disgusto y hondo rechazo. Esto sucede con parte de la grey política integrada por gente voluble, sometida al dictado de su amo por mor de su estulticia, fanatismo, ofuscación o por un plato de lentejas. Cuando escucho a los inoculadores de mentiras, me acuerdo siempre de la memorable frase que inicialmente apareció publicada en un periódico de Nueva Zelanda en 1873: "Estos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros" (en realidad terminaba con las palabras "yo los cambio"). La atribución de la cita a Groucho Marx se publicó por primera vez en ‘Legal Times’ en 1983, años después de su fallecimiento.

Quienes, sin estar obnubilados, se avienen a sabotear sus propios ideales sin el menor remordimiento, a menudo recurriendo a sofismas o jitanjáforas; los que servilmente acatan dañosas consignas sin la menor contrición; los que con impudor y doblez se prestan al argumentario aviesamente construido; los irresponsables y desvergonzados ‘cambiadores de opinión’, no son dignos de estima.

Lamentablemente, así se comportan muchos arrimados al condumio de la política y otros bajo el cobijo de sus togas, alumbrando nuevas y discutibles vías procedimentales y arbitrando soluciones muy alejadas de otras opciones irreprochables, sin mácula ni tacha. La mayoría de nuestros conciudadanos pensantes sabe bien quiénes son los reos de felonía; pero todos, autores, lacayos y discrepantes, sufriremos las consecuencias de opacos acuerdos y forzadas decisiones que de un modo u otro incidirán en nuestras vidas y haciendas. La orfandad de principios éticos y frenos morales de algunos personajes desleales deviene en el infortunio de todos. Como para salir despavoridos, vamos. 

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