Por
  • Víctor Juan

Terracistas

Una de las terrazas de la plaza del Pilar, ayer por la tarde.
Terracistas
Guillermo Mestre

Cuando yo era niño, sentarse en un velador era una fiesta. En realidad, cuando yo era niño hacíamos tan pocas cosas que todo era una fiesta. Una naranjada, un granizado de limón, un cucurucho de helado, un paquete de maíz o un simple sugus eran motivo de celebración para aquellos niños que se empeñaban en apropiarse de la felicidad que guardaban las pequeñas cosas. 

Si mis padres anunciaban, sin venir a cuento, que nos sentaríamos en un velador, nos invadía una alegría que hoy no entendería ningún niño de ocho o diez años. Los veladores eran para las noches de verano. Así tomábamos también la fresca. Por las tardes, hacía calor y en invierno a nadie se le ocurría tomar nada sentado al raso. Claro que entonces se podía fumar en el interior de los bares. Y en casi todas partes. Según la Real Academia Española, en su quinta acepción, velador hace alusión a una "mesita de un solo pie, redonda por lo común". Hoy casi nadie emplea la palabra velador. Se ha impuesto el término terraza y estar de terraceo es la acción de sentarse en una terraza. Y ha surgido una especie nueva: los terracistas. Entre ellos, voy a destacar a los muy terracistas, a los terracistas vocacionales, esos que se sientan en terrazas contra viento y marea, caiga quien caiga, al sol, con un ruido ensordecedor, junto a contenedores de basura, a un metro de la parada del autobús, en aceras estrechas de calles de tráfico infernal. Son terracistas adictos al cubata de gasóleo y se colocan esnifando ‘ceodós’ en estado puro.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión