Por
  • Felipe Zazurca González

El inexorable paso del tiempo

El inexorable paso del tiempo
El inexorable paso del tiempo
Pixabay

Cuando era un niño pensaba que mi abuela había sido siempre abuela. En mi cabecita infantil no encajaba la idea de que esa persona cariñosa, algo arrugada y de pelo cano hubiera tenido infancia, se hubiera casado de blanco con mi abuelo -a quien no conocí- o incluso hubiera viajado unos cuantos meses en su día en el seno de mi bisabuela.

No sé si era candidez, simpleza o falta de realismo, pero creo recordar que durante mucho tiempo no me planteé que existiera una trayectoria vital por la que todos pasamos, que aquí nada es permanente y la curva inicia el descenso enseguida, más pronto de lo que piensas.

Cuando tras cuarenta años de ausencia regresé hace siete a Zaragoza, comprobé que los padres de mis amigos, los amigos de mis padres, las personas que por vínculos de sangre, colegio o vecindad protagonizaron mi infancia y dejé en la plenitud de su existencia o ya faltaban o la vida les había envuelto en la ancianidad. Gracias a Dios fui consciente enseguida que, a pesar de los estigmas del tiempo, no habían dejado de ser los mismos, personas que habían trabajado con abnegación, levantado y mantenido con esfuerzo empresas, comercios y despachos, sacado adelante a su familia e incluso alguno fue en su día personaje destacado de la ciudad. Y es que, a pesar de su vejez, siempre mantuvieron, como personas con cuerpo y alma, su dignidad y valores, porque la virtud y la bonhomía permanecen hasta el último suspiro.

Todos debemos escuchar y asumir el mensaje de que todo tiempo
es bueno, porque siempre es momento de aprender,
de amar y de intentar hacer el bien

La generación de nuestros abuelos ya no existe y la de nuestros padres ha dado en su mayoría sus últimos coletazos. Mientras tanto, la mía hace tiempo que aparcó eso de estar en "lo mejor de lo peor": ahora confrontamos nuestros planes con la artrosis, las operaciones de cadera, los problemas de micción y el temor a las cada vez más frecuentes lagunas de memoria.

No se trata de ser negativo, sino de asumir que cada vez es más necesario tomarse la vida con otros enfoques. A todos nos toca, más pronto que tarde porque el tiempo transcurre a toda marcha, ir percibiendo esa pérdida de energías, facultades y presencia externa. Todos debemos escuchar y asumir el mensaje de que todo tiempo es bueno, porque siempre es momento de aprender, de amar y de intentar hacer el bien.

Cuando nos miramos al espejo, nos vemos lentos de pies y cabeza o nos olvidamos de acudir a la última cita, no es solución atormentarse, no solo por eso de que "la belleza permanece en el recuerdo", sino especialmente porque la decrepitud física de quienes nos anteceden debe ayudarnos a amarlos y ayudarles más, ser agradecidos con ellos... y, además, sirve de autoguía para nosotros mismos. Y a nuestros mayores, que todavía siguen quedando bastantes en la tierra, que no olvidemos que tenemos con ellos una permanente deuda de respeto y gratitud: infinita y hasta el último minuto. 

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