Por
  • Inocencio F. Arias

Clamorosos silencios

Clamorosos silencios
Clamorosos silencios
POL

Si dentro de unos meses Sánchez anunciara que encontraba muy razonable la pretensión de Marruecos de llevarse la final del Mundial de fútbol de 2030, la práctica totalidad de los militantes socialistas de España verían normal que retiráramos nuestra pretensión. Oiríamos incluso a aficionados socialistas madrileños argumentando que se trata de una solución ‘progresista, transversal y solidaria’. 

Que ello contribuye a crear un clima de entendimiento y a serenar las relaciones con nuestro vecino del sur, que tiene un monarca progresista y más democrático que los patrioteros españoles de la pulserita. Los socialistas españoles se negarían a razonar, como en el caso del Sáhara, que la cesión obedece al temor de nuestro presidente a soportar invasiones sucesivas de Ceuta o Melilla que lo dejarían en ridículo o a que Rabat ha interceptado una conversación de Sánchez francamente comprometedora. La misma rueda de molino se zamparían si Sánchez decidiera que es anómalo que Ceuta y Melilla sigan siendo españolas, que eso en el siglo XXI tiene un tufillo colonialista y que hay que revertirlo en "el marco de la Constitución".

Ahí está la gravedad del problema que vive España. No es que Sánchez sea un ambicioso que hace ya años supeditó el futuro de España como nación a su permanencia en el poder, no es que sea el presidente con menos escrúpulos de los últimos doscientos años. Todo eso lo es pero lo crucial es que no está sólo. La polarización hace que millones de ciudadanos estén, por diversas razones, dispuestos a aceptar que los postulados de Sánchez son buenos, aceptables o el mal menor. Sánchez es el flautista que enarbolando que la derecha es execrable conduce al país al precipicio, apoyado por millones de votos.

La responsabilidad de la peligrosa deriva en que Sánchez ha embarcado al PSOE
recae también sobre los muchos socialistas que guardan silencio

En estas semanas se multiplican los ejemplos de esta conducta ovejuna coral de la izquierda. Todos los secretarios provinciales socialistas firman un comunicado apoyando a Sánchez en algo, la amnistía, que el propio Sánchez consideraba aborrecible hace pocas semanas. En asambleas regionales donde se vota la condena de la amnistía, el bloque socialista se pronuncia sistemáticamente en contra de la condena. La manifestación del día 8 en Barcelona para defender la Constitución fue boicoteada por el Partido Socialista. Poco importaba que la marcha pretendiera que los delincuentes no tengan bula y que los españoles sean iguales ante la ley. El votante socialista traga con todo. También con que Yolanda Díaz se niegue a entrevistarse con Feijóo, ganador de las elecciones, pero encuentre tiempo y dinero para visitar, con fotógrafo, al delincuente Puigdemont y echarse unas risas con él. El buen sanchista también interioriza que el caudillo pueda verse con Bildu pero no con Vox, el tercer partido más votado. ¡No vas a comparar a los descendientes de los terroristas con los de un partido que no ha matado a nadie!

La realidad es tozuda y sorprende que tantos españoles, cultos e incultos, sigan sumisos a una persona que cambia convicciones que calificaba de profundas estrictamente para mantenerse en el poder. El disfrute del pesebre y, más frecuentemente, el malsanamente asumido miedo a la derecha ha creado una masa ovejuna, borreguil. El jefe no se equivocará ni cuando nos presente la autodeterminación, la ruptura de España, algo que está al caer, con ropajes anodinos, engullibles.

Los voluntaristas sostienen que hay un movimiento de fronda dentro de la izquierda que frenará la marcha hacia el precipicio. Vana esperanza. Ya ha habido voces cualificadas que se han significado, González, Guerra, Ibarra, Vázquez, Leguina, Corcuera, Redondo... ¿Pero cuántos son? Un puñadito. Muchos de la vieja guardia socialista, los que defendieron la socialdemocracia y la Constitución, están ruidosamente callados. La lista es larga y los silencios clamorosos. Cito a tres destacados: Fernández de la Vega, Solana y Bono. La antigua vicepresidente fue pródiga en frases ocurrentes, Solana no huía de titulares y Bono fue siempre muy locuaz. ¿Cómo ellos, que podrían prestar un buen servicio a la Constitución, guardan un mutismo sepulcral en un momento clave? (Jorge Bustos apunta que el mutismo es ya sólo opción de los cobardes, de los mediocres o de los cómplices). En el caso de los citados no puede ser pesebrismo, sino esa enfermiza obsesión con no hacer nada que pueda fragilizar al partido y que de alguna manera aúpe a la derecha. El partido se convierte en algo sagrado, para algunos más que la nación. El daño a ésta es algo nebuloso, distante, el del partido, inmediato, palpable.

Dentro de no mucho, el prontuario del PSOE –el partido ahora es así, no hay otro PSOE– difundirá que la deriva imparable separatista es culpa de Aznar y de la derecha. Tendrá gracia, pero ocurrirá. Recuerden, sin embargo, una cosa: el culpable, tanto como Sánchez, es el silencio de los borregos que lo alimenta.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión