Por
  • Inocencio F. Arias

El funesto beso

El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, ​​Luis Rubiales.
​​Luis Rubiales.
EP

En los últimos días, la prensa de EE. UU. y la de España se han ocupado primordialmente de sendos temas con ribetes éticos o legales. Al otro lado del Atlántico, con todo, su asunto no cubría toda la portada, quizás porque se trataba de una fruslería comparada con el nuestro: por primera vez en la historia un presidente estadounidense era fichado como delincuente por la futesa de haber intentando manipular las elecciones en el estado de Georgia para mantener la presidencia. 

Una chiquillada. Lo nuestro, que acaparaba telediarios y portadas, era mucho más gordo, más antidemocrático, más punible: un hombre zafio, en un momento de euforia, había arrancado un beso de los labios de una joven sin, al parecer, su consentimiento.

El crimen, la humillación son tan horrendos que aunque el besucón fue el presidente de un equipo que acababa de lograr la Copa del Mundo, motivo comprensible de exaltación, el gesto ya ha sido definido como una muestra palmaria del ‘me too’ español, del machismo más espantoso.

No pretendo defender al señor Rubiales, al que no conozco y cuyo comportamiento en la final del campeonato no justifico en absoluto. Iré más lejos: si la mitad de lo que ‘ahora’ cuentan de él fuera verdad, tendría que haberse marchado hace tiempo. Pero lo que me intriga son las proporciones del escándalo del beso. Hay no poco de sarcasmo e hipocresía en el asunto. Veamos.

El Gobierno es el primero que se sulfuró con el gesto grosero, irrespetuoso, amoral, y yo encuentro muy raro que a lo largo de cinco años no se sulfurase con los 22 millones de comisión a Gerard Piqué, con la orgías de las que acusan a Rubiales, pagadas con dinero de la Federación, con su contratación de detectives para espiar a periodistas, con las acusaciones de despilfarro cuantioso... ¿Esto no preocupaba a nuestras autoridades, tan obsesionadas con la imagen de España? Parafraseando al francés Talleyrand, podríamos decir que para el Gobierno la corrupción, los ERE andaluces, los Tito Berni son un pecado venial, el crimen verdaderamente escandaloso es besar a una joven de 25 años en una celebración antológica. ¿Esta es la España de hoy?

Por el beso, se pide ahora poco menos que el fusilamiento de Luis Rubiales, pero si
la mitad de lo que se cuenta de él era verdad, hace tiempo que debería haber cesado

El sarcasmo del escándalo nos lo dan además las fechas. ¿Pueden unas políticas que no han pedido perdón por su error de la ley del ‘solo sí es sí’ ser las que acaudillan el linchamiento del federativo futbolístico cuando hay 117 excarcelados precozmente que violaron a mujeres, abusaron de menores, etc., y otros mil han visto reducidas sus penas? Nos olvidamos de que incluso Yolanda Díaz, a quien le gusta un titular más que a mí Mozart, ha sido la primera que ha mostrado su indignación con el beso, habiendo ella tenido el tupé de votar en contra de la reforma que hizo el gobierno para paliar el desaguisado de la referida ley.

Oigo a los portavoces oficiales quejándose de que en los partidos del fin de semana no ha habido pancartas condenando a Rubiales. ¡Qué pena esa falta de solidaridad! Me pregunto, sin embargo, cuántas pancartas habría que mostrar hoy a las ministras indignadas cuando vemos que uno de los liberados a causa de su funesta ley ha intentado violar a otra mujer.

Si nos centramos en el funesto beso –pues estoy convencido de que el apretar Rubiales sus partes con júbilo, siendo bastante feo, no habría provocado en absoluto la tempestad actual, no seamos hipócritas, igual que no la ha producido su actuación durante estos años–, me voy a mojar más: intuyo que no soy el único que a la edad de merecer no se lanzaría desaforadamente en una fiesta detrás de esta o aquella joven de la selección por su magnetismo, pero si soy el presidente de una Federación y por primera vez en la historia ganamos un Mundial, al desfilar las jugadoras yo podría muy bien, a la goleadora andaluza que me hizo saltar las lágrimas, a la portera balear o Dios sabe a cuál cogerla y estrujarla y besarla de entusiasmo. Y no soy machista ni patán. No descarto que me ocurriera lo mismo con el barcelonista Puyol cuando en Sudáfrica, en mi portería, se me humedecieron los ojos con el gol que le hizo a Alemania. Por eso, por inelegante que fuera el ósculo origen de todo, yo no puedo unirme al ahorcamiento del directivo.

Por cierto, se habla mucho del machismo del presidente y del seleccionador, que arranca con el caso de las doce amotinadas y que se reitera ahora. Dado que el directivo y el seleccionador han colaborado de algún modo con ellas, pienso yo, en que tengamos una Copa del Mundo, sería bueno que nos explicaron de una vez cómo y por qué surgió el motín y cuáles eran las vejaciones que sufrían. Entre tanto, cuando oigo pedir que castren a Rubiales o que lo fusilen sin confesarse para que no vaya al cielo, pienso: ¿por el beso? Nos estamos pasando dos campos de fútbol. 

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