Director de HERALDO DE ARAGÓN

Respeto institucional

Pedro Sánchez, durante el debate de investidura de Feijóo.
Pedro Sánchez, durante el debate de investidura de Feijóo.
Efe

Las democracias occidentales han venido construyendo su estabilidad sobre la fuerza de los gestos, el valor de la tradición y el respeto al contrario. El peso que arrastra la tolerancia da sentido a buena parte del entramado institucional que fija y garantiza el funcionamiento ordenado de la vida política.

El debate, el contraste de ideas y pareceres, nos enriquece como sociedad. Su ausencia nos introduce en un callejón sin salida llamado crispación.

La estrategia de Pedro Sánchez de rebajar el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo, evitando su comparecencia y situando al exalcalde de Valladolid Óscar Puente como ariete del PP, resultó contraria al sentido de la sesión parlamentaria. Puede que la idea descolocase a los populares y que, incluso, permitiera las risas y el aplauso en la bancada socialista, pero en poco o nada contribuyó la argucia a fortalecer la vida democrática. Creerse victorioso tras un giro que evitó la disputa entre los líderes de los dos grandes partidos solo refleja el valor que se concede a una sesión de investidura cuando no es la propia. Si aquellos que deben conducirse desde el respeto y la ejemplaridad optan por presentarse como líderes de la ocurrencia será normal que la desafección termine imponiéndose.

El respeto institucional actúa como uno de los mecanismos que garantizan la normalidad democrática

La falta de respeto al contrario está permitiendo la aparición de un peligroso juego que daña la convivencia. La segura ausencia, por voluntad propia, de los partidos independentistas de las próximas consultas que el Rey abrirá para decidir la futura designación de Sánchez como candidato a la investidura insiste en una nueva descortesía que habla de un encaje a capricho del valor de las instituciones y de su papel asignado por la Constitución. Sin la aceptación de unas reglas compartidas, aunque estas se asuman desde la discrepancia, el diálogo se hace imposible.

La principal victoria de los partidos situados en los extremos ha sido la normalización en sociedad del discurso del odio hacia el contrario, presentando como legítimas las posturas que se muestran excluyentes. Poco importa de dónde proceda el exceso, lo singular es que la cortesía institucional ha quedado aparcada en beneficio de una supuesta defensa de la dignidad política.

Rebajar esta atención implica incurrir en un permanente desaire hacia el adversario que daña la convivencia política y el valor de la ejemplaridad

La tesión vivida en la línea de saludo institucional que debía haber permitido que la presidenta de las Cortes de Aragón, Marta Fernández, y la ministra de Igualdad, Irene Montero, se estrechasen la mano a los pies del palacio de la Aljafería resume a la perfección como el desprecio político se impone a las obligaciones institucionales. Fernández, que superado el primer encuentro con la ministra optó por negar el saludo a la secretaria de Estado, ignoró deliberadamente el cargo que ostenta y aquello que representa. Tras asumir la presidencia de las Cortes la misma Sánchez aseguró que, en ese mismo instante, se revestía de un ropaje institucional del que, es evidente, se desprende a capricho. Ser la segunda autoridad de Aragón exige anteponer la carga de la representación a su condición de militante de Vox o a aquello que administre su vida personal.

Defender las instituciones apoyados en el desplante, da igual el cargo que se ostente, solo envalentona a aquellos que consideran que el respeto se aplica a conveniencia y solo con los próximos. El desgaste que sufren las instituciones provocado por las actuaciones de sus protagonistas alimenta una peligrosa pérdida de credibilidad que alienta todo tipo de contagios. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Mikel Iturbe)

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