Por
  • Miguel Ángel Heredia García

Nuevo curso: algunas reflexiones

Nuevo curso: algunas reflexiones
Nuevo curso: algunas reflexiones
Pixabay

Llega septiembre y con él un viejo reto: comenzar un nuevo curso académico para el que nos forjamos propósitos, metas, no precisamente nuevos. Me refiero a la comunidad educativa en general y, sobre todo, al profesorado, que tiene sensaciones variadas por estas fechas. 

La ilusión por llevar al aula lo que hemos pensado durante el verano, algo de nervios si hemos de ejercer en un nuevo centro, tristeza e incluso desgana por el fin de las vacaciones, curiosidad por las novedades que vendrán… Sentimientos no excluyentes y de los que participaremos en mayor o menor medida.

Mi decisión de compartir con ustedes este artículo viene inspirada por una conversación que mantuve alrededor de un café, que se convirtió en varios, un día en estas vacaciones con un amigo profesor de secundaria en un instituto.

Empezó contándome el balance que había hecho del curso pasado y cuáles eran sus propósitos para el próximo. Compartió conmigo experiencias y reflexiones, hablamos de la ley de educación, de sus puntos fuertes y de sus lagunas, pero convinimos en centrarnos en cuatro aspectos que ambos consideramos de gran importancia en la enseñanza: la atención, el esfuerzo, la motivación y la relación alumnado-docentes-familias.

Coincidimos, en efecto, en que debía ser clave nuestro empeño por captar y mantener la atención del alumnado, por potenciar su capacidad de concentración, como valor fundamental no solo para el aprendizaje académico sino para alcanzar su máximo potencial en cualquier actividad, presente y futura. Hacerlo desde los primeros compases del curso, nos acercará mejor al objetivo que si lo intentamos cuando ya es una evidencia que parte del grupo se ha desconectado mientras el profesor explica.

Otro aspecto relevante es sin duda el esfuerzo como fin en sí mismo. Es muy importante inculcar el principio de superación personal, el de no conformarnos con lo mínimo. Trabajar por superarnos nos permitirá alcanzar nuestras metas y sentiremos el orgullo de haberlas conseguido, para mí una de las sensaciones más satisfactorias que podemos experimentar en nuestro desarrollo personal y profesional. Sabemos que no resulta nada fácil conseguirlo, pues exige adaptarnos a los distintos niveles que nos encontramos en clase, con el fin de no fijar objetivos demasiado sencillos en unos casos o casi inalcanzables en otros.

En seguida se coló en nuestra conversación la motivación, no la del profesorado, que la dábamos por descontada, pensamos en la de aquella alumna a la que le cuesta sacar los libros de la mochila o en la de aquel chico que mantiene la vista perdida en un punto mientras tú tratas de explicar un concepto importante. Esto requiere un trabajo extra individual, pues no todas las personas, tampoco las adultas, respondemos de igual manera ante los mismos estímulos.

Para que la educación funcione, todos los agentes implicados en el proceso tienen que colaborar: profesores, alumnos y familias

¿Y el papel de las familias? Necesitamos su complicidad y la echamos en falta en no pocas ocasiones. La desacreditación o el enfrentamiento en presencia del alumnado –o en casa, de espaldas al centro–, totalmente nocivos para la educación, llevan a la desmotivación, en esta ocasión sí, de los equipos docentes. O somos conscientes de que la educación es tarea de todos los agentes implicados o esto no funcionará nunca.

Irrumpió, al finalizar, algo consustancial a todos estos pensamientos, la omnipresencia de las nuevas tecnologías y el peligroso acercamiento adictivo a las mismas (confundimos medios con fines, usos con abusos, caminos con metas). Muchos planes educativos de esos países con los que se nos llena la boca a la hora de ponerlos como modelos están restringiendo ya la presencia indefinida de la tableta en el aula. Si el profesorado consiguiéramos utilizar la capacidad de influencia para inculcar el sentido común en su utilización, conjuraríamos un peligro latente y preocupante.

¡Y la esencia de la escuela! ¿La estamos de alguna manera perdiendo? Terminamos por preguntarnos.

Concluimos que quizás la pista nos la da el alumnado al que impartimos clase hace tiempo, y que a los años nos encontramos por la calle y nos saluda con ilusión porque nos recuerda afectuosamente. Esa satisfacción es la mejor recompensa a nuestro esfuerzo y compromiso diarios.

Reflexionemos.

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