Por
  • Carmen Puyó

Ídolos y estrellas

El actor Kevin Spacey, visiblemente emocionado tras escuchar el veredicto.
Ídolos y estrellas
SUSANNAH IRELAND

La mañana del miércoles había dado buenas noticias sobre artistas que fueron importantes para mí. Mick Jagger, por el que habría dado la vida (es una exageración, claro) cuando era una adolescente que se debatía entre el Che Guevara y los Rolling Stones, cumplía 80 años, siendo padre de varios hijos, abuelo de otros tantos nietos y hasta bisabuelo de un chiquillo. 

Y lo hacía en plena forma (es un decir). Esa misma mañana me enteraba, también, de que uno de mis actores favoritos, Kevin Spacey, víctima por la parte contraria del ‘Me Too’, acababa de ser declarado inocente en Londres de nueve delitos de acoso y agresión sexual. Hace cosa de un año, otro tribunal de Nueva York también le declaró inocente de un cargo similar.

Ya por la tarde, terminé en HBO la serie (más que flojita, mala) ‘The Idol’, sobre la que había leído artículos muy dispares. En la superficie de la misma, es el retrato de una joven estrella de la música envuelta en alcohol, drogas y relaciones tóxicas, con un gusto perverso por el sexo extremo –y no me extiendo–. Y, en el fondo, es la historia de una niña cuya madre la obligó –aunque no queda claro– a convertirse en estrella y que la manipuló y agredió toda su vida. ¿Resultado? Un desequilibrio mental muy acusado.

Pocas horas después de haber visto el final de ‘The Idol’, por esas casualidades extrañas que se producen a veces, supe de la muerte de Sinead O’Connor, otra gran voz castigada por la vida, la familia, las adicciones y la enfermedad mental. ¡Qué difícil ser ídolo y estrella y compaginarlo con la vida real! Ojalá haya encontrado la paz.

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