Por
  • Andrés García Inda

Diario de verano (I)

Diario de Verano (I)
Diario de Verano (I)
POL

El verano comenzó con un día de otoño. Cualquier climatólogo experto, como usted o como yo, dirá que en realidad fue un día de primavera, porque lo que siempre ha caracterizado a esa época del año, más que la apacibilidad de temperaturas, es la inestabilidad y los cambios. Y más en esta tierra. Pero yo pienso que en realidad era un día de otoño, que es como empezar el verano por el final o avisar de que este que ahora sigue, como cualquier otro, es un tiempo de paradojas.

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Cenando en un bar, una persona se me acerca y me pide prestadas las gafas para poder hacer el crucigrama del periódico. A la camarera le pide a continuación un bolígrafo. No sé de quién será el diario. Yo ceno a tientas.

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Primer día, esporádico, de playa. Reencuentro y saludos con algunos de los vecinos habituales de la sombrilla. Un rato de conversación intrascendente y sin propósito (o sea, de auténtica conversación). Hablamos sobre todo de los que faltan y recordamos expresamente a T., a quien por razones de salud ya no vimos el verano pasado, y su facilidad para conversar amenamente. M. dice que fue T. quien le recomendó uno de los libros que más ha disfrutado nunca: ‘Lincoln en el bardo’. Cada quien deja en nosotros una pequeña huella o una impronta, a veces perceptible y a veces no. Puede ser un gesto, una palabra o una frase, un consejo o una oportunidad, una recomendación literaria o una sugerencia de trabajo; o el silencio. Y las hay que no dejan nada de eso, sino todo.

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Cierra la librería Lagun de San Sebastián, y con ella otra de mis rutinas veraniegas, de cuando el verano era ancho y ajeno como un mundo. Hay libros que identificamos con la persona que nos los recomendó o regaló y los hay que pertenecen a una época concreta o incluso a un lugar determinado, como la librería donde los compraste, que ya no existe hace algún tiempo. Los veranos van desapareciendo con las personas, las épocas y los espacios. Pareciera que lo único interminable, lo que no pasará, son las palabras del poeta, como el que leías entonces: "Lo que dice el viento / lo que dice el mar / me parece un cuento / de nunca acabar".

Las vacaciones de verano nos permiten en teoría desconectar de la realidad cotidiana y sus preocupaciones, pero este mes de julio ha sido inevitable mantener la conexión con los avatares políticos de la campaña electoral

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Una de las paradojas y de las manifestaciones de nuestro tiempo es que el calor se ha convertido en una experiencia escalofriante. Decía Manuel Arias Maldonado, a propósito de la pandemia, que normalmente el poder prefiere asustar a la ciudadanía antes que enfadarla; o dejarla helada antes que calentarla, podríamos decir. Entonces... y ahora.

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Leo ‘La vida pequeña’, de González Sainz, y parece escrito a propósito para estos días veraniegos de campaña electoral: "Gato por liebre, nos gusta el gato por liebre, le hemos tomado gusto al gato por liebre, al mostrar el engaño para cuajar una buena faena, al entrar al engaño. Nos gusta, al parecer, que nos toreen. En nombre de lo que sea, bajo capa de lo que sea, de lo más colorido, metemos de matute cualquier mercancía averiada, y hasta las más rancias y comprobadamente contraproducentes y letales van de tapadillo tras las palabras más hermosa"».

Es verdad. No es cierto que no nos gusta que nos mientan. En realidad, lo que a la gente no le gusta es que le mientan otros que no sean los suyos. De los nuestros lo consentimos, lo disculpamos e incluso lo aplaudimos. Lo necesitamos, lo pedimos, lo exigimos. Como en los boleros: "Miénteme...".

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Para alguien que ve la realidad política, como yo, con los ojos de un pardillo, una de las cosas menos esperadas y más estupefacientes y ridículas de la campaña electoral ha sido la ardiente reivindicación de la verdad, el compromiso y el valor de la palabra dada que hicieron el presidente, sus acólitos y sus hinchas. El pirómano presumiendo de bombero y alertando contra el fuego en un paisaje que él mismo dejó hace ya tiempo calcinado. Uno de sus exministros, por ejemplo, presumía en las redes de no soportar a los mentirosos, en lo que parecía el ejemplo perfecto de la paradoja de Epiménides, el cretense, cuando afirmaba que todos los cretenses mienten.

Pero funciona, claro, ya lo sabemos. ‘It works’, se dice ahora.

A mí, también cretense, como él o como usted, me vino a la mente una copla del poeta que leí en aquel libro que compré hace unos cuantos años, en aquella librería desaparecida, aquel verano que fue: "¿De quién te quieres burlar / con la mentira en los labios / y en los ojos la verdad?".

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