Por
  • Andrés García Inda

Un violinista en el Titanic

Como el violinista en el Titanic
Un violinista en el Titanic
POL

Si ustedes son lectores asiduos de las páginas de opinión de este periódico, a lo mejor en las últimas semanas han echado en falta, como yo, los artículos de uno de sus colaboradores habituales: el profesor Ángel Garcés Sanagustín

La respuesta la ha dado él mismo con la publicación de su último libro, ‘Un violinista en el Titanic’ (Pregunta Ediciones), en el que recopila textos publicados en esta tribuna, junto a otros de carácter memorístico, y expresa su decisión de alejarse –esperemos que sólo momentáneamente– de las tertulias y las páginas de opinión, como una forma de evitar el ruido que contamina la política y la vida pública en general (y más en estos días).

Aunque ustedes conozcan algunos de los textos allí recogidos, es una delicia releerlos conjuntamente con el resto. El libro es profundo, lúcido, divertido, lleno de artículos enjundiosos (frente a los de relleno que a veces metemos otros), análisis críticos y una sólida argumentación (hasta donde lo permiten los cuatro o cinco mil caracteres, claro). E incluye el hallazgo de algunos sintagmas soberbios, como "el Estado todo a cien" o "la sociedad de las mascotas" (para describir la clientelización de las políticas sociales), el "onanismo histórico" (en referencia al victimismo identitario y las políticas de la memoria) o el debate entre "georginos o ireneístas", entre otros muchos. Podría decirse de él que es políticamente incorrecto si esa expresión no se hubiera banalizado tanto, porque lo cierto es que Garcés no teme afrontar los dogmas imperantes, es decir, los que no se hacen pasar por tales (sobre el género, la identidad, la memoria, la educación, la ecología...), aun a riesgo, en los tiempos que corren, de que su condición de "dubitativo discrepante" lo convierta en un "peligroso disidente". Pero no lo hace con vulgaridad, sino con elegancia; no con cinismo, sino con humor e ironía. Ojalá que entre tantos libros como se publican hoy día este volumen no pase inadvertido, porque seguramente textos como éste servirán en el futuro para entender una época y sus demonios.

El profesor Ángel Garcés Sanagustín, en los artículos recopilados en ‘Un violinista
en el Titanic’, se enfrenta a los disimulados dogmas imperantes en nuestro tiempo,
y lo hace con agudos razonamientos y con sentido del humor

El planteamiento del autor no es, ciertamente, optimista. Garcés parece enfrentar el catastrofismo de esa época, que es la nuestra, como una especie de profecía autocumplida que, a base de predicar el colapso, acabe por completarlo. Como si alguien se pone a chillar ‘peligro’ en un evento multitudinario. Lo que ocurre es que hoy día en lugar de hacerlo a gritos, la tiranía adopta la cadencia meliflua del lenguaje normativo. Por eso, frente al ruido generalizado que caracteriza nuestro tiempo, el autor se empeña en aguzar los oídos (y las razones) para tratar de escuchar el crujido real de nuestra urdimbre social, un sonido a menudo casi imperceptible, ahogado por el alboroto político-electoral y mediático. "El fin de un edificio en estado de ruina comienza con un ruido casi inapreciable, que se va agrandando –escribe el autor–. Y el derrumbe, con su devastador estruendo, lo silencia todo". Alguien podría decir por eso que el planteamiento de Garcés también tiene tintes catastrofistas. Basta con fijarse en el título del libro, que nos alerta de otro tipo de hundimiento: el de un sistema que, como si fuéramos mascotas, nos convierte en consumidores compulsivos de derechos, cada vez más numerosos y estrambóticos, y que terminan por aminorar el valor de los derechos básicos y fundamentales.

Habitualmente, cuando alguien quiere marcar distancia con otra persona suele decir eso de ‘no estoy de acuerdo con todo lo que dice’, que es una forma pretendidamente elegante, pero ridícula, de decir que está en desacuerdo en lo fundamental, o en casi todo. Porque es una obviedad: en realidad nunca vamos a estar con alguien de acuerdo (o en desacuerdo) en todo. Pero en lo que discrepamos puede existir también una forma de acuerdo, cuando de lo que se trata es de buscar la verdad y no simplemente de alcanzar el poder. Por eso lo importante no es tanto lo que se piensa o se dice, sino cómo se piensa y se dice. Al principio de curso, suelo comentar en clase con los alumnos un aforismo de Nicolás Gómez Dávila que lo expresa mucho mejor, y que en estos días rebosa actualidad: "Lo que creemos nos une o nos separa menos que la manera de creerlo". Tal vez por eso resulta fácil estar de acuerdo con lo que escribe Garcés, aunque no se coincida en todo. Prueben, si no, a leerlo.

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