Por
  • Juan Antonio Gracia

Obras en el Pilar

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Obras en el Pilar
Oliver Duch

El día 22 de junio del año próximo se cumplirá el 120 aniversario del Pilar como Monumento Nacional, declaración de especial relevancia que le otorgó el Estado al templo no solo como reconocimiento oficial y público de sus excepcionales valores históricos y artísticos, sino porque es el mismo Estado quien asume la obligación de cuidarlos, tutelarlos y sostenerlos.

El Pilar fue declarado Monumento Nacional el 22 de junio de 1904. A la vista de los informes emitidos, por las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia, La Gaceta del 29 de junio de 1904 publicaba un decreto fechado el 22 del mismo mes que elevaba a esa categoría al templo del Pilar. Se terminaban así unas largas y laboriosas gestiones promovidas por el entonces arzobispo de Zaragoza, cardenal Soldevila.

El 22 de junio de 1904, una real orden, transmitida por el Ministerio de Instrucción Pública, declaraba Monumento Nacional al Santo Templo Metropolitano del Pilar de Zaragoza. Desde esa fecha, la basílica mariana quedó bajo la inmediata inspección de la entonces llamada Comisión de Monumentos de la Provincia y bajo la tutela del Estado. Es, pues, a estos organismos a quienes compete la responsabilidad de mantener el inmueble y sus elementos artístico-históricos con la dignidad que reclama la excepcional categoría del título recibido.

La ley establece que nadie puede adoptar acerca del edificio medidas que afecten a su integridad artística y arquitectónica. Nadie, excepto el arquitecto conservador del Pilar, cargo para al que fue nombrado en 1921, y en él se mantuvo hasta su muerte en 1968, Teodoro Ríos Balaguer. Le sucedió su hijo T. Ríos Usón y, fallecido éste, fue designado nuevo arquitecto conservador su hijo T. Ríos Sola que (supongo) debe seguir ejerciendo sus funciones.

Fue el arzobispo Juan Soldevila quien solicitó en Madrid el reconocimiento de Monumento Nacional. La verdad es que al prelado le animaba en su petición no sólo el convencimiento de los méritos que reunía la catedral del Pilar para ganar tal distinción, sino también la certeza de que, una vez otorgada la declaración, el Estado subvencionaría más fácil y generosamente las constantes obras que se realizaban en la inmensa fábrica del templo, como así fue. El Cabildo colaboró estrechamente con su arzobispo en las gestiones iniciadas, que se prolongaron más de dos años. Además de todo el papeleo administrativo, Soldevila se desplazó varias veces a Madrid con el fin de acelerar el asunto.

Cuando se inicia el año 1904, el dossier llega a las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia. Del juicio que, en los aspectos artístico e histórico, les merezca a esas corporaciones dependerá el dictamen. Zaragoza, las instituciones culturales, la Universidad, el clero y su arzobispo vivían pendientes de lo que pudiera decidirse en Madrid.

Por fin, el 5 de abril de 1904, la Real Academia de la Historia emite su dictamen favorable. El secretario, Cesáreo Fernández Duro, redactó un largo escrito que es todo un grandioso panegírico de los valores históricos del Pilar, subrayando de modo especial la vinculación del templo con los acontecimientos de los Sitios de la ciudad. La comunicación, dirigida al ministro de Instrucción Pública, mereció la aprobación por 18 votos a favor y 3 en contra.

Dos meses más tarde, el 11 de junio, llegaba al Ministerio citado el informe de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, redactado por su secretario, Enrique Serrano Fatigati. Tras una enumeración detallada de las bellezas artísticas que se ofrecen a la vista en altares, coro y bóvedas, sobre todo las pintadas por don Francisco de Goya, y después de poner de relieve la categoría de Ventura Rodríguez como artífice de la Santa Capilla, el dictamen de la institución fue también favorable. Ya no quedaba más que la declaración oficial. Esta se produjo el 22 de junio de 1904.

Cuando en la ciudad se supo la noticia, se multiplicaron las reacciones de alegría, sobre todo en las entidades y ambientes cultos. El 30 de junio, es decir, al día siguiente, el arzobispo Soldevila comunicaba oficialmente la buena nueva al Cabildo mediante un oficio en el que destila emoción, agradecimiento y alegría por la nominación. El prelado escribe: "El Templo Mariano queda así más asegurado para ejecutar las obras que sean necesarias a su reparación y conservación con la tutela del Estado, persuadiéndome de que el Cabildo por el distinguido celo y amor que profesa a la Santísima Virgen del Pilar y a su Templo Mariano, contribuirá a dar gracias al Todopoderoso por el beneficio que nos concede".

Un mínimo de rigor obliga a reconocer que, gracias al Cabildo y a la generosidad de los fieles, sigue en pie un edificio de dimensiones colosales y expuesto a riesgos naturales

A la mañana siguiente, el 1 de julio, el Cabildo celebraba sesión extraordinaria y comisionaba a dos canónigos para que fueran a visitar a Soldevila en su Palacio Arzobispal y concretaran las fiestas que habían de celebrarse en acción de gracias. La verdad es que estos festejos quedaron reducidos, de hecho, a unos cuantos actos litúrgicos en el propio Pilar.

El 12 de julio, en el despacho del gobernador civil, y bajo su presidencia, se reunió la Comisión de Monumentos. En ella se dio cuenta de la real orden del 22 de junio declarando monumento nacional al Templo del Pilar, en la que se dispone que quede bajo la inmediata inspección de la Comisión de Monumentos de esta Provincia y la tutela del Estado, sin que por nadie se puedan adoptar medidas que afecten a su parte artística y arquitectónica. La Comisión acordó cumplimentar lo dispuesto en la citada real orden, a cuyo fin el presidente y vicepresidente habían visitado el día anterior al arzobispo Soldevila para ponerse de acuerdo y llevar a cabo la delicada misión que se le había confiado.

El recuerdo de la fecha que propicia el informe retrospectivo de estas líneas requiere siquiera una rápida consideración personal sobre el estado actual del monumento. Un mínimo de rigor obliga a reconocer que, gracias al Cabildo y a la generosidad de los fieles, sigue en pie un edificio de dimensiones tan colosales y, expuesto a tan graves riesgos naturales, necesita una permanente vigilancia y una atención minuciosa en el conjunto de su estructura. En ocasiones memorables ha habido que llegar a procedimientos extremos, como la subasta de alhajas, para atender a necesidades perentorias, evitar irreparables desperfectos y hasta el hundimiento total del edificio. Tampoco le ha faltado a la Corporación capitular esmero para cuidar, mantener y mejorar los elementos artísticos que encierra la basílica.

No obstante, siempre tendrá su pizca de razón el dicho que, aplicado al excesivo retraso en terminar una obra cualquiera, suele afirmarse que dura más que las obras del Pilar.  

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