Por
  • Juan Antonio Frago

Aragonesismos en la diáspora sefardí

Aragonesismos en la diáspora sefardí
Aragonesismos en la diáspora sefardí
A. Donello

El helenismo ‘diáspora’ (dispersión) está asociado a los exilios que los judíos han sufrido a lo largo de su historia, como en Babilonia y Egipto. La conquista de Palestina por Roma y la rebelión de 132-135, con pérdida de su independencia, conllevarían el abandono de su patria de no pocos hebreos. 

Conocida es su presencia en Hispania, también atestiguada en el periodo visigótico; en la documentación de los dominios cristianos norteños no faltan las referencias a hebreos mercaderes y artesanos, dueños de inmuebles o médicos.

Nacido en Borja era Juan de Coloma, protonotario de la mayor confianza de Fernando el Católico, que el 31 de marzo de 1492 redactaría el implacable edicto de expulsión. El mismo papel notarial le cupo con las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de abril, que abrirían el camino hacia el más anchuroso horizonte de nuestra lengua. Pues bien, la identificación de Hispania con la bíblica Sefarad (Baer), los mismos traductores de la ‘Biblia de Ferrara’ la llamaron "nuestra España", originó el nombre ‘sefardí’, que se daría a los judíos de esta gran diáspora, apellido que fue del célebre Mosé Sefardí, bautizado con el padrinazgo de Alfonso el Batallador en Huesca como Pedro Alfonso, el año 1106. En 1495 Beirut contaba con un grupo de hebreos de origen peninsular, cuyo rabino era ‘Yosef Saragossa Sefardí’ (Motis Dolader).

La lengua española hablada por los judíos de la diáspora, tras su expulsión
de la península ibérica, conservó un gran número de voces aragonesas

Hubo salidas de hebreos a Marruecos y a Sarajevo ya a mediados del siglo XIV (Nezirovic), y las matanzas de 1391 determinaron mayores corrientes migratorias. Al obligado éxodo de 1492 se unirían numerosos criptojudíos huidos en las siguientes centurias, acuciados por el temor a la Inquisición. En Francia, Italia y Países Bajos se formarían comunidades de hebreos españoles y portugueses, acogidos en mayor número por el imperio turco, con libertad de conciencia. En ellas perviviría su romance, fraguado sobre el castellano de finales del Medievo, trufado de portuguesismos y de dialectalismos aragoneses, leoneses y andaluces, junto a la influencia del hebreo y los préstamos léxicos turcos, árabes, griegos y eslavos. De todo ello, sin embargo, no se siguió una maraña lingüística, impedida por un fenómeno natural de nivelación lingüística. De tal modo que, fueran de ascendencia española o portuguesa, los sefarditas salonicenses a finales del siglo XIX podían clamar: "¡Viva el judeo-español!", "¡Por la lengua madre!" (Romero, 1969).

Señera muestra de este fenómeno cultural, y con nítido acento aragonés, ofrece la ‘Crónica de los reyes otomanos’, de hacia 1568 (Romeu Ferré), obra del sabio Mosé Almosnino, nacido en Salónica el año 1518, nieto de los rabinos oscenses Abraham Almosnino e Isaac Cocumbriel, condenados a la hoguera en el auto de 1488 (Baer). En su corpus hay casos de morfología altoaragonesa (‘salíbamos’, ‘yelábamos’), con otros más extendidos trueques de tema verbal (‘tuvido’, ‘supiendo’). El ilustre rabino en su apellido llevaba el aragonés ‘almosna’ (limosna), y su pluma trae las voces ‘esmerzar’ (invertir, prestar) y ‘renda’ (renta), ambas también en Juan de Coloma. En breve espigueo, señalo los aragonesismos ‘dito’ (dicho), ‘flama’ (llama), ‘fierro’ y ‘puyó’ (subió), con un reiterado ‘botica’ (tienda de mercader); en Constantinopla correría el más popular ‘botiga’. Almosnino combina el hebraísmo ‘cal’ (sinagoga, conjunto de sus fieles) con el diminutivo regional, en ‘calecico’ (oratorio judío), sufijo que asimismo está en su refrán "pan solo face la boca de oro y el culico godro (gordo)", y en la canción de judíos marroquíes: "un cabretico, un cabretico, que me mercó mi padre por dos ochicos". De juderías griegas y balcánicas son ‘chuflar’, ‘finojo’ y ‘fiemo’.

Los de origen aragonés fundaron sus ‘Cal de Aragón’ y ‘Cal de Saragosa’, en Salónica y Esmirna (Caro Baroja), con celebración de su propia fiesta de los regalos, o ‘Purim’. Dieron sus peculiaridades y recibieron las de otras procedencias, fusionadas en un judeoespañol de la diáspora, tenazmente conservado en medio de adversidades, trágicas las del pasado siglo. Muestra más admirable de fraternidad lingüística no se conoce en el mundo hispánico.

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