Populismo
Silvio Berlusconi inventó el populismo. Este personaje, a modo de un Julio César doblado de Leonardo da Vinci, abrió la espita del populismo: de la política casposa y macarra. Su maquinaria bélico-mediática de triturar ideas transformó la vida de los ciudadanos devolviéndolos a las esencias: pan y circo.
Silvio destrozó la política a la vieja usanza y la convirtió en un juego de eslóganes. De cartas marcadas, de juego trilero. Que sigue. Silvio fundó un partido-empresa con el nombre de Forza Italia, haciendo suyo el grito de la selección nacional de fútbol. Silvio, disfrazado de ‘Camicie Nere’ con corbata de lujo y envuelto en la bandera del nacionalismo ultramontano, se convirtió en el proxeneta moral de Italia. Puro matonismo.
Silvio Berlusconi inventó el populismo. E hizo de la política un entretenimiento. Ese ciego mensaje de pancarta que dice: "Por mis cojones". Vulgar, chulo, faltón, machista. Embaucador y macarra. Era su caldo de cultivo. El escándalo fue su lecho de Procusto, con la razón siempre acomodada a su deseo. Silvio era el rey de las fiestas bunga-bunga, de las carnalidades neumáticas y explosivas. En sus cócteles siempre había dinero, drogas y ‘velinas’, botox y antojos. Compró a políticos, jueces y mafiosos. Y se ciscó en las leyes, sin escrúpulos. Incluso anticipó al papanatas de Trump. Y fue el camarada de Putin. Vaya trío. Su empresa de publicidad lo catapultó hacia el estrellato. Y ya se sabe: un bocazas nunca falla a su público. Ni muerto. Qué pena. Qué asco.