Por
  • Carmen Puyó

Mujeres y niños

Mujeres y niños
Mujeres y niños
Pixabay

Estuve hace bastantes años en Grecia y recuerdo muy bien el color del mar, la intensidad luminosa de su cielo, algunas de sus playas, sus casitas blancas y azules de la costa. Cuesta pensar que en un lugar tan hermoso pueda ocurrir una tragedia tan grande. 

Imagino que los cientos de migrantes que hace tres días murieron al hundirse su barco o como se quiera llamar al mismo en el mar Jónico, muy cerca ya de la costa griega, no pensaban en el paisaje cuando se embarcaron en un viaje que para la mayoría de ellos ha terminado en el fondo del mar, haciendo compañía a todos los migrantes, miles de ellos, es difícil calcular la cifra, que se han ahogado tratando de encontrar un lugar en el que empezar a vivir.

No podemos acostumbrarnos a estas tragedias, a ninguna de ellas. Especialmente si, como esta, lleva aparejada otra más: no han aparecido cuerpos, ni hay supervivientes, de mujeres y niños. Al parecer, todos ellos iban en las bodegas. Dudo de que les hubieran dado ese espacio para que fueran más cómodos. Quizás, allí molestaban menos y dejaban más espacio para más hombres en cubierta.

Ahora, una vez más, como siempre, llegan las excusas: que si no pidieran ayuda, que si los de la guardia costera esperaban una orden u otra, que si las aguas nacionales o las internacionales, que si las mafias, que si vamos a volver a reunirnos, los líderes mundiales quiero decir, a ver si resolvemos el problema de la emigración, a ver si les soltamos unos millones a tal país y frenamos un poco esta invasión… Y así van, año tras año, miles de muertos que han convertido el Mediterráneo en un gran cementerio.

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