Un San Jorge a la francesa: 1823

Un San Jorge a la francesa: 1823
Un San Jorge a la francesa: 1823
Lola García

Faustino Casamayor, testigo presencial, dice que Zaragoza echó las campanas al vuelo y la gente estaba en la calle el 23 de abril de 1823. Pero no por San Jorge, sino para recibir con alborozo al conde Gabriel Molitor, ‘libertador de la ciudad y del reino de Aragón’, y que venía a hacer otro tanto en media España. 

El general Molitor era francés, como los miles de soldados que traía. Esta invasión francesa está en el olvido, porque la ‘memoria histórica’ es como es. España luchó contra la Francia revolucionaria que guillotinó al rey (1793), fue invadida por la Francia imperial de Bonaparte (1808) y ahora la Francia de la monarquía restaurada la volvía a invadir, en nombre de la Santa Alianza de monarcas absolutos europeos, para restablecer el poder del monarca español, forzado poco antes (1820) a jurar la Constitución.

Los libros llaman a la expedición ‘Los Cien Mil Hijos de San Luis’. En Francia, ‘Expédition d’Espagne’. De san Luis, porque Luis IX de Francia fue santo, hijo de Blanca de Castilla y primo de Fernando III. San Luis, alguien casi de casa, como quien dice. En la España de 1823, ser ‘Hijo de San Luis’ hacía a un ocupante francés poco menos que un hermano para la propaganda absolutista.

El día 21

Si estaba de camino un ejército antiliberal, estaba claro que los liberales tenían que marcharse. Y eso hicieron casi todos. A Teruel. A Calatayud. O a la buena ventura. Se creó una junta (¡y cómo no!) en Zaragoza, formada por doce personas representativas para controlar una situación de tanto riesgo: sobre todo, de clérigos, propietarios y abogados. Se dispusieron rondas de día y noche "para evitar atropellos a las casas, mujeres e hijos de los milicianos [liberales]" y cerraron pronto "cafés, tabernas, aguardienterías y juegos públicos". Los faroles lucieron toda la noche y se prohibió formar grupos de más de tres personas. Un retén de la junta hizo vigilia, por si acaso.

El día 22

Las tropas están muy cerca. Se empaquetan los documentos políticos y judiciales, por si acaso. Muchos miembros de la Milicia Nacional (el somatén liberal uniformado) se deshacen de sus uniformes y fusiles y salen de la ciudad, patrullada cívicamente día y noche por gente armada de confianza. Siguen las luces ardiendo y se ve gran ajetreo en traslado de enseres "en tanto número que parecía día de San Juan con los trastos" viejos que se llevaban a quemar cada año en esa fecha. La gente ponía sus bienes a salvo.

Zaragoza, que había estado ocupada por tropas francesas entre 1809 y 1813, volvió a estarlo un decenio después, aunque la circunstancia haya caído en el olvido

El día 23

Casamayor (que era muy carca) lo dice sin rebozo, aquello resultó ser una liberación, una edición local del ¡Vivan las cadenas!, grito que supuestamente lanzaron los ‘serviles’ en aquel mismo año. "Siendo el día de nuestro glorioso patrón de Aragón San Jorge, en él se empezó ya a respirar libremente y con toda libertad". Por orden del mando liberal, que ahora desaparecía, se habían evacuado los cuarteles, clavado sus cañones (una operación sencilla de inutilización mediante un clavo en el ‘oído’ por el que se aplicaba la pólvora que servía de mecha) y eliminado en el Ebro varias toneladas de pólvora. Las gentes habían callado hasta que fue segura la llegada de los franceses. Y entonces, sigue Casamayor, salieron en tropel, "cantando y echando vivas al rey don Fernando VII, a la Religión y a la [Santa] Alianza por todas las calles, tirando salvas por más de dos horas, todo lo que anunciaba estar muy próxima la caída del sistema, no habiendo nadie que los detuviera?, cuando hacía aún no dos días que no se podía (ni aun) nombrar al rey absoluto".

El día 24

Florecieron las "cintas encarnadas en los sombreros" y los gritos de ¡Viva la Religión y viva el Rey! Las autoridades restauraron el gobierno de 1820, antes del golpe liberal encabezado por Rafael del Riego, aquí aclamado en su momento, pues el rey, ‘velis nolis’, lo nombró Capitán General de Aragón. Acabó con muerte infame, ahorcado en Madrid, en este mismo año de 1823. Hubo protestas por ello en media Europa.

Los próceres de Zaragoza mandaron borrar en cuadros y placas toda alusión constitucional. Pocas bromas con eso. Los universitarios hicieron lo propio, añadiendo un miserere callejero y bufo para dar entierro a los símbolos de la Constitución. Y dos coches con nobles, clérigos, jueces y munícipes salieron para Alagón a recibir al ‘libertador’.

El día 25

El Pilar se llenó de agradecidos. A las seis de la tarde voltearon las campanas para recibir a los primeros franceses, que desfilaron desde Santa Engracia.

Su jefe, Molitor, sirvió a Dios y al Diablo: a Napoleón, a Luis XVIII, de nuevo a Napoleón, otra vez a Luis y, luego, a los Orleans. Es decir que, como Fernando VII, se sirvió sobre todo a sí mismo.

Muy extraño, el San Jorge aragonés de hace dos siglos.

(Puede consultar aquí todos los podcast y todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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