El ideal de Lázaro

Fernando Lázaro Carreter en la biblioteca de su casa de Madrid, en 2001.
Fernando Lázaro Carreter en la biblioteca de su casa de Madrid, en 2001.
Guillermo Mestre.

Hace justo cien años, el 13 de abril de ese 1923 que en Zaragoza dejó la visita de Einstein y el asesinato del cardenal Soldevila, nació el sabio filólogo Fernando Lázaro Carreter

Zaragozano del barrio de San Pablo, magallonero de adopción, alumno ilustre de ilustre profesor -José Manuel Blecua- en el instituto Goya, fue un incansable defensor del buen uso del idioma. Pero no como capricho elitista, sino por todo lo contrario: "No habrá democracia, escribió en 1977 en uno de sus certeros artículos de ‘El dardo en la palabra’- mientras unos sepan expresarse satisfactoriamente y otros, no; mientras unos comprendan y otros, no; mientras el eslogan pueda sustituir al razonamiento que se somete a ciudadanos verdaderamente libres porque tienen adiestrado el espíritu para entender y comprender".

Como director de la Real Academia Española, predicó con el ejemplo: editó el Diccionario Escolar de la Lengua Española e integró las nuevas tecnologías en la Docta Casa. El maestro Lázaro no iba contra la evolución lógica del idioma: lanzaba sus dardos a los papanatas, a los engolados, a quienes tiran de inglés porque no saben utilizar nuestro idioma, a los incultos con responsabilidad -políticos, profesores, periodistas-... Hubiera sido un gran tuitero -con su ironía y su capacidad de síntesis- antes de que el griterío se impusiera en la red. Seguro que hoy, lejos de echarse las manos a la cabeza, se sentaría ante el ordenador y seguiría defendiendo una "idea nueva": el ideal de que todos participen de la (maltratada) lengua común en su mejor nivel.

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