Por
  • Juan Antonio Gracia Gimeno

El Encuentrillo

Encuentro de los pasos de Jesús Camino del Calvario y la Virgen de los Dolores. Foto Asier Alcorta
El Encuentrillo
Asier Alcorta/HERALDO

Cuando hace más de setenta años me hice cargo por mandato arzobispal de la atención religiosa de la Cofradía del Santísimo Ecce Homo y Nuestra Señora de las Angustias, no podía imaginar que tal encomienda sería para mí una inagotable fuente de gratas sorpresas y hondas alegrías. 

Tantas y tan hermosas que no puedo ocultar que ‘mi cofradía’, nacida y acunada en mi querido y siempre añorado Rabal, ha sido el ministerio pastoral de mis preferencias.

Suele decirse que la del Ecce Homo es la hermandad más humilde, modesta y pequeña entre las veinticinco que integran la magnífica Semana Santa popular de Zaragoza. Y es verdad. Quizás la poca relevancia de sus orígenes y la escasa importancia que se otorgaba a las funciones de sus primitivos hermanos han condicionado de alguna manera su crecimiento posterior. Y, por eso, las señas de identidad que ha tenido la cofradía a lo largo del tiempo evocan y definen mejor que otros ilustres apelativos la razón y el espíritu de nuestro humilde servicio en las calles y plazas de la ciudad.

Hasta en el programa oficial de nuestra hermandad declaramos que somos continuidad, retazos de una hermosa historia, eslabón imprescindible de la primitiva cadena de oficios tan discretos y sobrios como necesarios. Somos imagen y resonancia de los ‘terceroles’, los ‘costaleros’ y ‘los de las matracas’. Curiosamente la matraca es el único instrumento que ha utilizado y sigue usando hoy la Iglesia en la liturgia del Triduo Sacro en el interior y aun en las torres de los templos. La matraca es una campana de madera y su toque quiere ser un lamento de dolor, un quejido del alma, un latido del corazón herido por los sufrimientos del Redentor.

El ‘Encuentrillo’ entre el Ecce Homo y la Virgen de los Dolores, que señalan cada año sus respectivas cofradías, es uno de los actos más entrañables de la Semana Santa zaragozana

En las líneas iniciales de este texto periodístico hablo de gratas y gozosas sorpresas. En el viejo y desbaratado arcón de mi memoria conservo viva, conmovedora, preciosa, la estampa del ‘Encuentrillo’, un acto breve y poco conocido, pero emocionante y lleno de simbolismo.

Nació espontáneo el pasado año 2000. Llegaba desde el Rabal por el puente de Piedra hasta el inicio de la calle de Don Jaime el paso del Ecce Homo. En ese preciso momento, se acercaba a la plaza del Pilar el paso de la Virgen de los Dolores portado por la Hermandad de San Joaquín y la Virgen de los Dolores. Sus cofrades tuvieron la gentileza de colocarse junto a la Lonja, dejar la vía expedita para la peana del Ecce Homo e interpretar en su honor una marcha de tambores y bombos. Al año siguiente, 2001, intercambiaron el orden de actuación, sonaron las matracas y, durante unos breves minutos, se colocaron juntos ambos preciosísimos iconos para que la muchedumbre, inmersa en un impresionante silencio, pudiera contemplarlos y venerarlos. Y así seguirá adelante en los años venideros

Del Encuentrillo me gusta todo, hasta el uso del diminutivo para definirlo y determinarlo, y pienso que, lejos de empequeñecerlo o devirtuarlo, ha engrandecido todavía más al espléndido Encuentro tradicional, sin duda uno de los actos más seductores y multitudinarios, si no el que más, de cuantos organizan las cofradías por su cuenta, exceptuando, por supuesto, la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo.

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