Por
  • Juan Antonio Gracia Gimeno

Entre el ayer y el mañana

Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias
Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias
Francisco Jiménez

La Junta Coordinadora de las veinticinco Cofradías de la Semana Santa de Zaragoza celebró el pasado día 1 de este mes de marzo un viacrucis nocturno en la plaza del Justicia, ante ese bellísimo tapiz barroco de alabastro que es la monumental portada de la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, conocida también como iglesia de San Cayetano. 

La Junta tuvo la feliz idea de festejar el 75 aniversario de su creación en 1948 precisamente en el espacio urbano que es el epicentro de la Semana Santa de Zaragoza. Todo un acierto, pues ese acto se convirtió, a la vez, en el memorial de una fecha clave en la historia de la Semana Santa cesaraugustana, en el anticipo del pregón de este año y en un gozoso reencuentro de hermanos que andan ya preparando instrumentos y hábitos y disponiendo el ánimo para superar, si cabe, el nivel de piedad, compromiso y belleza conseguidos en años precedentes gracias a esta espléndida catequesis cristiana pública que es nuestra Semana Santa. No pude estar presente en la ceremonia nocturna, pero la viví en espíritu, en el retiro y silencio de mi casa, pensando en cosas, personas, recuerdos y sueños de mi bien amada Semana Santa de Zaragoza

El 28 de marzo de 1953, monseñor Rigoberto Domenech y Valls, arzobispo de Zaragoza, me enviaba un oficio en el que me comunicaba mi nombramiento como director espiritual de la Cofradía del Santísimo Ecce Homo y Nuestra Señora de las Angustias. Han pasado 70 años de aquel encargo, un período suficiente para permitirme la osadía de ofrecer, a título estrictamente personal, una reflexión, compartida por no pocos obispos, sacerdotes y cofrades, sobre la misión que nos corresponde ‘hic et nunc’, aquí y ahora, a cuantos integramos de una manera u otra las hermandades de la Semana Santa.

El real semillero, el auténtico humus de la Semana Santa zaragozana y española que hoy tenemos en nuestra ciudad fue la Acción Católica de los años que precedieron y siguieron a la contienda civil de nuestra nación. Al florecimiento y expansión de este movimiento apostólico contribuyeron en gran manera dos factores: los cursillos de Cristiandad surgidos a partir de 1945 en Mallorca, pero diseminados por todo nuestro país, y la famosísima ‘Peregrinación de los cien mil jóvenes’ a Santiago de Compostela el 28 de agosto de 1948.

Ambos hechos tuvieron una enorme repercusión religiosa en la Iglesia, cuyo reflejo más visible fue el fenómeno de las llamadas ‘vocaciones tardías’: docenas de muchachos con sus estudios universitarios iniciados o concluidos, adultos del medio rural y urbano, obreros, artistas, historiadores, maestros, deportistas… llamaron a las puertas de seminarios y monasterios y se incorporaron a diversas asociaciones y entidades católicas que les ayudaban a mantener viva su fe y despierto su entusiasmo. No hubo entonces el más mínimo asomo de una crisis de pertenencia. De la Universidad de Comillas y del Colegio ‘Santiago Apóstol’, asociado a la Universidad Pontificia de Salamanca, salieron numerosos presbíteros bien formados que luego ejercerían el ministerio sacerdotal en misiones, parroquias, curias diocesanas y, por supuesto, en cofradías. La Semana Santa de Zaragoza tuvo (y aún tiene) no pocos cofrades, hermanos mayores, dirigentes de juntas y capellanes llamados a hora avanzada a trabajar en la viña del Señor.

La Semana Santa popular de Zaragoza, la vivida en las calles, goza de buenísima
salud y es un eficaz instrumento evangelizador que despierta la esperanza

Aquellos eran otros tiempos, otra historia, otra sociedad, otra Iglesia. Otro mundo. Los libros de actas y documentos de nuestras respectivas cofradías conservan la memoria de las vicisitudes de la Semana Santa zaragozana desde sus orígenes más remotos. Es la crónica de un tiempo pasado, de una larga, compleja y titubeante travesía, estudiando, analizando y revisando la orientación que debía darse a nuestras celebraciones de Semana Santa tras un Concilio Vaticano II que exigía la primacía de la liturgia en el altar sobre las manifestaciones piadosas en la vía pública.

Ahora lo sensato y razonable es otear el futuro desde el ‘hic et nunc’, tanto más cuanto que nuestras hermandades viven hoy su momento más dulce y prometedor. Ahora mismo, la Semana Santa popular de Zaragoza, la vivida en la calle a la luz de los cielos, de día y de noche, al alba y al crepúsculo, goza de buenísima salud y es un eficaz instrumento de pastoral evangelizadora en estos tiempos de laicismo rampante. Desconocer o menospreciar la importancia de este ‘kairos’ providencial sería una torpeza, un grave error.

El cambio de la compleja travesía del pasado al luminoso horizonte hodierno se percibe particularmente en tres ámbitos fundamentales, la formación teológica y litúrgica ofrecida a los cofrades, su interés y esfuerzo por conocer las fuentes y expresiones de la cultura de nuestro tiempo y la acción social en la atención de los pobres.

Hoy, cientos, miles de hombres y mujeres integrados en las hermandades de Semana Santa son conscientes de la misión que les corresponde en la sociedad y en la Iglesia en la que viven, y están dispuestos a encarar el futuro en consonancia con la doctrina del Concilio Vaticano II y los mensajes pastorales del papa Francisco.

Tal vez sea un ingenuo, irredento defensor de las causas perdidas, pero en esta ocasión no creo estar solo. No faltan obispos, sacerdotes, seglares curtidos en difíciles retos evangelizadores, pastoralistas y teólogos de renombre que ven en las cofradías de Semana Santa la gran reserva de fe y celo capaz de revertir en la Cristiandad esta desoladora situación de indiferencia y desamparo y devolvernos la esperanza.

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