Por
  • David Serrano-Dolader

Mi peluquero Miguel

Mi peluquero Miguel
Mi peluquero Miguel
Pixabay

Hasta que descubran el modo de cortarnos el pelo a través de una aplicación de móvil, el peluquero es nuestro refugio de confianza. Y se lo digo yo, a quien le falta un pelo para caer de pleno en la categoría de calvo recalcitrante. 

Que no hablen mucho (ni poco), que no nos den escasa confianza (ni excesiva), que sean amigables (pero respetuosos), que no suelten tacos encadenados (aunque sin hablillas de cultureta)… Vamos, que un buen peluquero compite con jueces y notarios en una oposición de la que pocos salen triunfantes.

Ahí aparece Miguel, mi peluquero de confianza. Amable, distendido, despierto y pelín filósofo. Y una virtud maravillosa: siempre con el aparato musical (eso sí, en el volumen justo) y con ritmos muy de mi gusto (y del suyo). Alguna vez nos hemos intercambiado algún CD: entre sus mitos de la guitarra y mis ídolos africanos montaríamos una buena.

Si entran en su pequeño negocio, tienen posibilidades de sorprenderse con que una guitarra eléctrica (que va cambiando cada x meses) cuelga discretamente de la percha. ¿Sabe tocarla? Él dice que no, pero es que sí. Y, oh, sorpresa: es que es un reconocido arreglador (e incluso constructor a la carta) de este instrumento. Habla con pasión de cuerdas, de maderas, de formas, de resonancias. No doy más datos por discreción suya (que no mía): ¿conocen a mucha gente que haya rechazado entrevistas en periódicos o paseos televisivos? Yo sí: mi peluquero Miguel. Como diría el loco: pelo a pelo pelando y la guitarra rasgando.

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