Por
  • Javier García Campayo

No hay salud sin salud mental

No hay salud sin salud mental
No hay salud sin salud mental
Krisis'23

En este 7 de abril en que se conmemora el Día Mundial de la Salud, no podemos dejar de enfatizar la relevancia de la salud mental para el bienestar global del individuo, como lo recuerda el famoso lema de la Organización Mundial de la Salud que da título a este artículo.

Un buen ejemplo de esta importancia lo constituye el hecho de que, de las diez enfermedades que producen mayor discapacidad, cinco de ellas son trastornos mentales, con la depresión a la cabeza. Otro de los indicadores es el hecho de que cualquier enfermedad somática, desde un cáncer a una coronariopatía, si se asocian a una depresión empeoran drásticamente el pronóstico.

Pero no nos engañemos, la salud mental, pese a su importancia, siempre ha sido la hermana pobre de los sistemas de salud en todos los países y han sido muchas las razones para ello. Una de las más importantes ha sido el estigma que siempre ha acompañado a la enfermedad psicológica y que debemos esforzarnos porque desaparezca. La sociedad tiende a culpabilizar al enfermo mental de su problema, algo muy habitual en la depresión, tildándolo de ser una persona débil o que no desea recuperar la salud. Otro factor lo constituye las dificultades para el diagnóstico, ya que apenas existen pruebas biológicas fiables que permitan la identificación de estos trastornos, por lo que su diagnóstico, habitualmente clínico o mediante tests psicológicos, se ha considerado ‘subjetivo’ y endeble por otras ciencias. Por último, otro problema ha sido la carencia de buenos tratamientos farmacológicos y psicológicos hasta hace solo algunos años.

En las últimas décadas estamos asistiendo a un curioso fenómeno denominado la ‘paradoja tecnológica’: el desarrollo científico ha conseguido que vivamos en sociedades tecnificadas que nos permiten tener mucho tiempo libre y mejor salud física, además de que nos está liberando del trabajo corporal pesado, en comparación con otras épocas; sin embargo, los niveles de felicidad y bienestar no aumentan como sería lo esperable, sino que están disminuyendo progresivamente. La pandemia ha venido a empeorar esta situación, disparando la frecuencia de trastornos mentales de todo tipo, a la vez que ha tensado extraordinariamente los sistemas sanitarios, produciendo una menor calidad asistencial en todos los países, incluso en los más desarrollados.

Las sociedades saludables no se consiguen sólo con adecuados sistemas sanitarios, sino con una corresponsabilidad plena de los ciudadanos en relación a su salud física y mental

No cabe duda de que es necesario incrementar los recursos de salud mental en todos los niveles. Nuestro país no sólo se encuentra por debajo de las cifras de recursos y de profesionales recomendados por las agencias sanitarias internacionales, sino que también está en desventaja respecto a la mayoría de países de nuestro entorno europeo. Sería deseable que estos recursos aumentasen en los próximos años, pero la crisis económica actual no permite ser demasiado optimista en este sentido.

Por eso, en los últimos años, está creciendo una fuerte corriente que, además de reclamar a los gobiernos que doten a la salud mental de mayores recursos, enfatizan la necesidad de que los individuos desarrollen un papel más activo en la prevención de enfermedades mentales y en la promoción del bienestar psicológico. De hecho, ambos fenómenos no son excluyentes, sino complementarios.

Gran parte de la población ya es consciente de que, más allá de los tratamientos médicos, factores como el ejercicio físico o una dieta adecuada son una parte consustancial de la salud física y deben ser responsabilidad del propio individuo.

De la misma forma, más allá de los recursos sanitarios, que deben ser adecuados, los ciudadanos deben empoderarse y cuidar su propia salud mental en la medida de lo posible. Ni los individuos, ni la sociedad, ni las instituciones estamos acostumbrados a cuidar nuestra salud mental o a promover nuestro bienestar psicológico.

Algunos elementos básicos de técnicas como la terapia cognitiva, mindfulness, la psicología positiva, la resolución de problemas, las técnicas de aceptación o la compasión, deberían formar parte de la educación emocional de los estudiantes durante el periodo tanto escolar como universitario. Y también deberían ser accesibles a los adultos, para mejorar su capacidad de afrontamiento ante las circunstancias cambiantes y adversas que se producen en la vida.

Las sociedades saludables no se consiguen sólo con adecuados sistemas sanitarios, sino con una corresponsabilidad plena de los ciudadanos en relación a su salud física y mental.

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