Dependencia rural
La primavera, otrora lluviosa a tenor del conocido refrán sobre el mes de abril, nos ha recibido con dos señales inquietantes que ponen de manifiesto los cambios en el clima y su impacto en las actividades ordinarias del territorio.
Me refiero a los prematuros incendios forestales que han castigado ya varias zonas del país, entre otras Teruel y Castellón. Y también la prolongada sequía tras un invierno con poca agua y que es particularmente intensa en la margen izquierda de la cuenca del Ebro, históricamente más húmeda. Ambos síntomas pueden hacer mella en la fragilidad del ecosistema y avanzan un verano delicado con temperaturas extremas. Así que mi recomendación no puede ser otra que invitar a la precaución y responsabilidad a quienes tengan la fortuna de acercarse esta Semana Santa vacacional a nuestro diverso y bello medio rural, sea en las alturas pirenaicas, el intrincado Bajo Aragón, el misterioso Moncayo o algún otro rincón maravilloso de la amplia y diversa geografía.
Los habitantes de las grandes urbes no somos a veces del todo conscientes de la dependencia rural de muchos servicios básicos que se disfrutan en la ciudad, como el agua que bebemos, la energía que utilizamos o las hortalizas que comemos. Todas ellas las producen en la lejanía del campo y la montaña paisanos que habitualmente gozan de menos prestaciones públicas que los urbanitas, fundamentalmente en lo que se refiere a vivienda, comunicaciones y transporte.
Así que acudamos a disfrutar de la naturaleza, agraciada por unas amables previsiones meteorológicas, con ánimo y respeto. Y reconozcamos los esfuerzos que realizan ‘in situ’ los habitantes para proteger, conservar y mostrar la riqueza natural y patrimonial que atesoramos en esta tierra. Ahí está el parquin controlado bajo los majestuosos mallos que ayer estrenó la localidad de Riglos o el edificio a medio construir que acaba de comprar el Ayuntamiento de Villanúa para habilitar 23 pisos de alquiler barato que permitan el acceso de los jóvenes a una primera vivienda.