Por
  • Celia Carrasco Gil

El fruto

El fruto
El fruto
Pixabay

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado del nacimiento de Friedrich Hölderlin y de su "Pallaksch. Pallaksch", el nudo de misterio de una lengua que se cierne hacia lo abierto y acaricia a la fiera sagrada del silencio en un decir balbuceante que no alcanza. 

En esta habla ritual, en este idiolecto del abismo, si el tiempo titubea, el tocón de la boca, como un féretro, cobija y reverbera la palabra, fiel fruto de su odre, piel y carne del pámpano del ser en cara de la rama de la amada. Quizás, por eso, cada vez que Eurídice desciende al Inframundo, el nombre, como Orfeo, comienza a entonar el no-ser de cada cosa, el sudario de voz que sobrevive al cuerpo del lenguaje, como harapo de luz, como un mordisco, como dulce carroña de un verbo en letanía, que, mientras se desviste, se hace carne.

Declina el mes de marzo de 2023. A lo lejos se escucha: "Pallaksch. Pallaksch". Y de pronto, cede el signo lingüístico al frutal, cuando la primavera, fondo y forma del sonido, en su hechizo de voz, comienza a renovar el árbol del (en)canto. Queda en él la palabra, piel y carne, como una tentación del paraíso, fruto que roza el cielo en su intemperie, que ya no significa pero se manifiesta en su disolución hacia la nada. Madura en alimento transparente de algún origen mítico olvidado, en el rescoldo de lo que pudo ser y no alcanzó a decirse, o en la retrotracción a un sueño prebabélico y silente, quizás incomprensible más allá del lenguaje de los pájaros. 

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión