Por
  • Diego Carcedo

Un aragonés, justo entre las naciones

Ángel Sanz Briz
Ángel Sanz Briz
HA

Confieso, y no sin rubor profesional, que últimamente presto poco atención a los debates en el Congreso de los Diputados, por eso me enteré con retraso de que algún miembro de la Cámara había considerado fascista a Ángel Sanz Briz, el diplomático español que desde su condición de encargado de negocios en la embajada de España en Hungría había salvado a más cinco mil judíos de ser ejecutados por los nazis arrojados al Danubio helado o enviados a las cámaras de gas que se hallaban en pleno genocidio en Auschwitz y Birkenau.

Ignoro los argumentos que se hayan podido argüir para justificar una acusación tan difamatoria y denigratoria contra este "héroe entre las naciones" –como fue declarado y reconocido universalmente– sin que existan documentos o testimonios que puedan demostrarlo. Hace algún tiempo conocí algunos indicios de esta historia, hasta ese momento desconocida u olvidada, y me interesé por conocerla en profundidad. Para ello viajé en dos ocasiones a Budapest, hablé con varios sobrevivientes salvados por Sanz Briz y con historiadores locales que me aportaron listas de miles de judíos salvados. Y lo mismo hice en Nueva York y Baltimore, donde también conocí a otros supervivientes que no cesaban de expresar la gratitud que le debían.

Incluso en Barcelona conversé ampliamente con los hermanos Bandor, uno industrial y otro profesor, ambos muy considerados en la ciudad, que cuando apenas tenían once y doce años consiguieron huir de la persecución en su país y refugiarse en España gracias a un pasaporte familiar que Sanz Briz había proporcionado a sus padres violando las normas del Gobierno pro hitleriano del régimen de Franco. Todos coincidían también en exaltar su gratitud a quien debían el haberse librado del Holocausto. También investigué en archivos, tanto en Madrid como en Budapest, intercambié datos con investigadores israelíes y escribí un libro titulado ‘Un español frente al Holocausto’, en el que luego se inspiraría una película titulada ‘El Ángel de Budapest’, el calificativo con el que algunos se referían a él.

La semana pasada el Congreso le negó su medalla a Ángel Sanz Briz, y algunos diputados tuvieron el atrevimiento de llamar fascista a quien salvó la vida de miles de judíos

Entre los muchos documentos que consulté, y conservo, figuran decenas de despachos diplomáticos que enviaba puntualmente al Ministerio de Asuntos Exteriores informando de la situación que se estaba viviendo en Hungría tras la ocupación alemana y el cerco soviético que se iba cerrando en torno a la ciudad. Pero en ninguno daba cuenta de las cinco residencias que había alquilado, con cargo a sus recursos personales, para mantener protegidas por inmunidad consular, que exhibía con la bandera de España y carteles advirtiendo que se trataba de sedes extraterritoriales, a las personas que iba acogiendo y documentando, partiendo de un decreto, ya caducado, de los tiempos del dictador amigo Primo de Rivera, que había concedido pasaportes a los sefardíes. En Hungría apenas había unas decenas de sefardíes, pero conmovido por el drama que amenazaba a los judíos sin distinción, enseguida tomó la iniciativa de otorgarles cartas de nacionalidad a todos.

La prueba más evidente de que no cumplía órdenes españolas y que se arriesgaba tanto frente a su Gobierno como a los gobernantes nazis locales es que solamente cuando tuvo que regresar a Madrid, tras ser destituido y cerrada la legación, se detuvo en Lausana y fue desde allí, desde la embajada española, donde envió el primer informe al Ministerio en el que daba cuenta de la situación de los protegidos que había tenido que abandonar en sus refugios. Otro detalle es que ya de vuelta en el Ministerio no fue reintegrado al servicio de forma inmediata y fue gracias a la influencia de Lequerica, amigo de la familia, como consiguió que se le enviase a San Francisco como observador en las negociaciones para la creación de las Naciones Unidas, y como España no participaba, acudió camuflado como agregado de la embajada de la República Dominicana, presidida por Trujillo.

Cuando fue reivindicado y consolidado como un profesional excelente, fue embajador en varios países de Europa y América y el primero ante la China de Mao, a quien presentó las credenciales. Falleció siendo embajador ante la Santa Sede, nombrado por el Gobierno de la UCD, en unos momentos en que la Iglesia era fundamental en las negociaciones de la Constitución. No consta que nadie dudase de su condición democrática ni menos que alguien le haya acusado ni de fascista ni de cualquier comportamiento inapropiado. Había sido uno de los diplomáticos salidos de la única promoción de los años de la República y representó a España con dignidad y buena imagen ante varias democracias o regímenes políticos, incluido como ya he comentado con el comunista de Mao, entonces el más radical.

Una vez recuperada su memoria fue el primer español nombrado ‘héroe entre las naciones’ –luego lo serían otros cuatro– por el Yad Vashem de Jerusalén (centro para la memoria del Holocausto), donde un árbol perpetúa su recuerdo. En España, bajo el Gobierno de Felipe González, su efigie fue colocada en el palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Exteriores, y en las embajadas de Budapest y Tel Aviv. En Hungría, la alcaldía de Budapest puso su nombre a una calle, a cuyo acto inaugural, celebrado con gran solidaridad, asistió, junto a los hijos de Sanz Briz, el entonces ministro Javier Solana. En Zaragoza, su ciudad natal, tiene una plaza, y en Washington han puesto su nombre a una biblioteca sobre el Holocausto.

Conservo muchos más datos y detalles sobre este aragonés cuyo nombre constituye un orgullo para todos los españoles. Desarrolló su trabajo, como tantos millones de profesionales, durante la dictadura, lo cual no implica en absoluto que pueda ser acusado impunemente ni de nada que ponga en duda su rectitud y sentido de solidaridad con los demás. Y puedo añadir algo más. Tengo en mi poder cartas privadas que se cruzó con su cuñado y ministro de Exteriores Fernando María Castiella, en las que las discrepancias políticas y diplomáticas con quien era su superior no reflejan que se tratase de un franquista militante, más allá de la aceptación del régimen al que servía con dignidad y patriotismo. Por si quedasen dudas, lo primero que hay que decir de Ángel Sanz Briz es que su actuación humanitaria la desarrolló enfrentándose a los dos dictadores ante los que tuvo que arriesgarse: Franco y Hitler.

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