Me bajo ¿en Delicias?

CALLE ALFONSO ( ZARAGOZA ) / CORONAVIRUS / 24/03/2020
Calle Alfonso de Zaragoza.
Oliver Duch

Van tan rápido y hay tantos, que la distancia real, el tiempo, entre Madrid y Zaragoza es cada vez menor. Y qué felicidad que sea así. Que te plantes en Zaragoza (provincia de Casetas) en apenas una hora es agradable y estresante, pues nunca se sabe si echar una cabezada te puede suponer despertarte en Barcelona y claro, ahí ya te bajas con cara de zombi y te puede salir un: ‘Escolta, això és l’estació de Delicias?’ capaz de fragmentar del todo al PAR.

A mí me ha pasado como a Rosa López cuando hizo la primera gira tras OT, que de tanto moverme ya no he sabido dónde me he despertado. De Casetas a Madrid, que alguna vez le he tocado la cara a mi novia pensando que era la mesilla de mi cuarto y menos mal que viceversa aún no ha ocurrido nada que lamentar. El caso es que me disponía hace unos días a descongestionarme el cerebro tras tanto noreste-suroeste dando un paseo por el centro cuando atravesé la calle Alfonso enfilando desde la plaza del Pilar. 

Oteando el contexto comercial, me encontré con una tienda de ‘typical spanish’, otra de cruasanes y una de camisetas que les juro tengo literalmente a cinco minutos andando de mi piso de Madrid. Lo empecé a oler con los dulces de la tienda y pasados los tres locales comerciales tuve que apoyarme en una de las farolas de la calle para tomar pie y asegurarme de que no había cambiado el billete y alguien de Atendo me había arrastrado a Atocha y de allí hasta el centro de Madrid. Me di la vuelta para asegurarme que la Pilarica me seguía observando y que sí, que aquello era Zaragoza, con su hermosa calle Alfonso capitaneada cada vez más por franquicias y clones, un ‘collage’ previsible de personalidad arrebatada al pequeño y mediano comercio del que ninguna gran ciudad escapa.

Me sirvió como consuelo el vermú de domingo en Casetas con sol y temperatura por encima de los 20 grados, pues de las cosas que resisten en el barrio son algunas costumbres que atan la idiosincrasia casetera. Vinos Chueca, por ejemplo, atestado de gente luchando por el mejor vermú que se puede beber; o el Bar Aragón de la plaza. Una afluencia que cambia el romanticismo de lo que fue por el sostenimiento de lo que pervive. La mejor manera de seguir siendo para que el tren sepa la estación a la que llega y tú no dudes del lugar en el que quieres estar. 

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