¡Ponte la manica!

¡Ponte la manica!
¡Ponte la manica!
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Mi madre aprendió lenguaje gestual sin cursar Arte Dramático y es capaz de meter en una mirada una frase subordinada y miedo. 

Una habilidad que, según hemos crecido, guarda para ocasiones especiales pero que de niños se manifestaba, por ejemplo, cuando estornudabas o tosías sin taparte con la mano. A veces, por si no habías percibido bien la mirada (en realidad ya te había helado el alma), la acompañaba con un: "Ponte la manoooo"; extendiendo la o como se extiende la decepción o el hartazgo, sensaciones raramente subsanables. Una capacidad que resultaría del todo útil ahora que en el funcionariado se ha abierto el debate de si contratar empollones o habilidosos, y donde personas como mi madre bien merecerían un puesto en una dirección general de Salud Pública para explicar al ‘Homo sapiens’ que el esputo ha de quedar en la mano o sangradura de cada uno. Era ésta, quizá, la mejor aspiración a la que podía apuntar la pandemia; ni gel hidroalcohólico, ni guantes, ni oxímetros, ni demás marcianadas para hacer caja: mejor taparse con la manita y mascarilla si anda uno acatarrado. El problema es que la derrota en esta ambición no se puede tergiversar ni con el mejor discurso político porque uno va más al autobús, tranvía o metro que a un mitin. Es en esos enlatados servicios públicos donde se atisba con mayor precisión cómo hemos perdido la batalla por un uso generalizado del ponerse la mano para toser. Surge ahí un matiz delicioso en el guarro o guarra que lanza virus al resto sin cubrirse, y es una suerte de orgullo polinizador, como si en lugar de un cerdo él o ella se viera como un diente de león mecido por el viento. Hay esputo y desafío enraizando en esa cosa tan chabacana del "usted no me va a decir si me tengo que poner la mano" porque España liberaliza y ahí ya es imposible poner coto a qué es eficiente y qué ordinario. Una constatación de que no salimos mejores ni peores sino distintos porque la propulsión viral rara vez se afea (solo si te han dado y observas el impacto de bala), habida cuenta de que no contamos aún con un Google reseñas del marrano patrio donde ponerle una estrella por cochino. A la larga, se aplaudirán más las libertades de esputar al gusto de cada uno que a los sanitarios en aquellas 8 de la tarde. La autoestima puede ser peor que un virus.

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