Director de HERALDO DE ARAGÓN

Lagarde y la confianza

Christine Lagarde, presidenta del BCE, en el Parlamento Europeo de Estrasburgo, este miércoles. FRANCE EU PARLIAMENT
Christine Lagarde, presidenta del BCE.
JULIEN WARNAND

Era una cuestión de confianza sostenida en un deseo de lanzar un mensaje de tranquilidad a los mercados. Tras la crisis financiera de Silicon Valley Bank, Signature Bank, Credit Suisse y First Republic Bank, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, ha optado por una nueva subida de los tipos de interés: un rotundo medio punto acompañado por un renovado compromiso de liquidez. 

Lagarde, que podía haber corregido su política monetaria –tal y como apuntaban algunos analistas–, se inclinó por la continuidad de la estrategia antiinflacionista. El BCE dejó clara su prioridad mientras buscaba encapsular el descalabro bancario. Lagarde, que se jugaba mucho en su anuncio, asumió que una corrección de las últimas decisiones habría alimentado el miedo y confirmado las dudas sobre la digestión que están haciendo los mercados de esta progresiva subida de tipos. Siendo previsible, el BCE trató de evitar un riesgo de contagio y señaló que los bancos y las grandes corporaciones europeas no comparten un peligro similar.

La decisión del BCE de subir medio punto los tipos de interés se ha interpretado como un mensaje de confianza hacia los mercados

La confianza de los mercados es una variable inestable apoyada en demasiados factores. El tópico asegura que no hay nada más cobarde que el dinero y la evidencia confirma que los rumores o cualquier atisbo de inestabilidad son suficientes para despertar el pánico. La confianza, "la esperanza firme que se tiene de alguien o algo", tal y como la define la RAE, permite que nos conduzcamos con cotidiana normalidad por las sociedades occidentales. La seguridad que tenemos de que al despertarnos por la mañana seguirán funcionando los servicios públicos o que, por ejemplo, el dinero que tenemos depositado en el banco no se volatilizará, permite que adoptemos decisiones que garantizan el presente y alimentan el futuro.

Con interrogantes, con dudas y hasta con la convivencia de la falta de importantes elementos de control, se puede decir que hasta en un periodo tan complejo como fue la pandemia la confianza funcionó. Esta variable, sobre la que recurrentemente le gusta preguntar a la demoscopia, tiene mucho que ver con nuestro grado de satisfacción política e, incluso, con la percepción que tenemos de la calidad democrática de un país. Confianza y calidad son términos que se entremezclan y que sufren ante la crisis que viven las democracias representativas cuando, tal y como explican José Tudela y Mario Kölling (Fundación Giménez Abad), se produce "la devaluación normativa de las constituciones; el cuestionamiento abierto de la representación política; o la incapacidad de los derechos prestacionales para garantizar un mínimo vital que dé sentido al concepto de ciudadanía…".

Lagarde quiere huir del miedo y de cualquier riesgo de contagio tras la crisis bancaria en Europa y Estados Unidos

No cabe duda de que la desconfianza es un concepto creciente del que no nos escapamos los medios de comunicación, al igual que tampoco lo hacen instituciones u organismos tan relevantes como los partidos políticos. Los diversos antecedentes sufridos, desde la corrupción a las inadvertidas crisis económicas, en especial la de 2008 –torpemente calibrada por los reguladores–, han permitido que se haya desplegado un fenómeno que supera en riesgos a la desconfianza: el escepticismo.

La próxima convocatoria electoral de mayo supondrá una renovada oportunidad para calibrar en qué nivel se encuentra nuestra confianza. Quizá, más importante que las muchas promesas electorales, el reto pase por reconocer una mayor coherencia. Será entonces cuando con naturalidad el escepticismo se rebaje y dé paso a una mayor estabilidad que también alcance a los mercados financieros.

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