Los tapabocas

FIN DE LA OBLIGATORIEDAD DE LAS MASCARILLAS EN EL TRANSPORTE PUBLICO ( ZARAGOZA ) / 08/02/2023 / FOTO : OLIVER DUCH[[[FOTOGRAFOS]]]
Los tapabocas
Oliver Duch

El hecho de que hayan bajado los contagios de los coronavirus a niveles prácticamente testimoniales no ha impedido que algunas personas sigan llevando las mascarillas por las calles, y por supuesto en interiores, lo que tiene más lógica. 

Cosas de la costumbre. Pero al cabo del tiempo te das cuenta de que, aparte de protegerte de todos los microbios habidos y por haber, se ha conseguido que cerremos la boca más que antes de la pandemia. Es un reflejo, al tropezar con un obstáculo que, quieras que no, molesta para hablar. Para empezar, tu interlocutor oye peor, porque el sonido tiene que atravesar la pared de la mascarilla. Es como una especie de bozal para los perros grandes de antaño. Es paradójico que ahora que –salvo los buenos ciudadanos– los hemos suprimido por nuestra cuenta para los canes, ¡ojo con el pitbull que mató a una valenciana!, nos los hayamos tenido que poner las personas por razones epidemiológicas.

Además, todos observamos, cuando era obligatorio llevar las mascarillas, que había gente que se sentía de incógnito, lo que le venía bien, porque iba con tanta prisa que no le convenía saludar. Esto de utilizarlas para no ser reconocible es muy antiguo. No deja de ser el diminutivo de máscaras, que primitivamente cubrían solamente desde la frente hasta el labio superior. Pero también existieron las mascarillas para tapar el rostro en la antigua Grecia micénica. Se encontraron de oro. Como la de Agamenón, el jefe de todos los reyezuelos griegos que atacaron la floreciente ciudad de Troya, allá en el extremo noroeste de la península de Anatolia. Según Homero, claro.

Lo que está fuera de toda duda es que las mascarillas (también las sanitarias) separan a las personas como las máscaras antiguas las ocultan. Tanto es así, que la Iglesia las prohibió en el Concilio de Laodicea (320 d. C.) considerándolas reminiscencias de costumbres paganas, como las fiestas de Marte o de Venus. En España, la monarquía católica no vio con buenos ojos los bailes de máscaras, como en la mayoría de los países europeos. No deja de ser curioso que en Venecia precisamente (1577) aparecieran las máscaras contra la epidemia de peste, con tela que llegaba hasta los hombros, y con una nariz como un largo pico, para no acercarse el médico al enfermo. Por unas razones o por otras, las máscaras y las mascarillas siempre han separado a los hombres.

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