El canónigo desnarigado

El canónigo desnarigado
El canónigo desnarigado
Lola García

Fue tremendo. El cura sangraba a chorros, sin nariz, porque se la habían cortado de varios tajos, hasta que no le quedó nada de ella. Salieron once sujetos del bosque, en la subida al monte Oroel, a media legua de Jaca, con espadas, lanzas y ballestas, gritando "¡A muert, a muert, muertos soys, no podreys escapar!". 

Los tres clérigos, sobre sus mulas, quedaron aterrados. Descabalgaron al canónigo Bonet y, sujeto por los brazos, "diéronle muchas cuchilladas en la cara, las manos y las narizes. E viendo que del todo no tenía ahún cortadas las narizes, acabáronle de cortarlas y le dieron muchos golpes y feridas, de los quales le dexaron por muerto". Los otros dos curas estaban inmóviles, avisados de que "si se movían les darían más lançadas y saetadas que pelos tenían" en la cabeza. Era el frío enero de 1502. Bonet quedó exánime, pero vivo.

Los agresores eran tres Abarca y el notario Lasala más siete hombres suyos: Ximeno López, Fortuño de Otal, Pedro Escolano, Domingo Otal, Tamborino de Yésero, Egidio del Campo y Lope de Mediana. Este caso lo recogió Manuel Gómez de Valenzuela en un reciente libro (2022) sobre los varios linajes de los Abarca.

Empezó así. En 1502, el canónigo Juan Bonet mandó pegar unos pasquines anónimos en lugares visibles de Zaragoza. Injuriaban a doña Violante de Gurrea, madre de los Abarca. La llamaba ‘puta viexa’ y amenazaba con cortarle las narices. Unos testigos lo denunciaron como autor y el clan Abarca tocó a rebato para vengar la ofensa. Para empezar, mataron al pegador de los carteles afrentosos. Luego, discutieron qué hacer con el ofensor: darle una paliza (‘tochadas’) en la calle, dijo Juan Abarca, señor de Gavín. La ofendida añadió unas cuchilladas en la cara. Y el notario Martín de Lasala propuso aplicar el talión: "Como en el cartel había dicho mossén Joan Bonet que le cortaría las narizes, era de parecer que assí le fuessen cortadas al dicho mossén las narizes y la mano con que había scripto e la lengua con que lo havía dicho". Se acordó la amputación de la nariz.

Los asaltantes del canónigo fueron excomulgados. El vicario general de Jaca les prohibió entrar en la catedral. Pero vaya que si entraron, alegando prolijas razones procesales. Era año jubilar y un cura afín los había absuelto de sus pecados el 2 de abril. El 3, domingo, acudieron –con armas– a la misa mayor de la seo jaquesa y se organizó un tumulto. Un clérigo resultó apaleado y hubo que suspender la misa y dos bautizos.

Juan de Abarca, señor de la Garcipollera, ordenó a su gente en 1502 que dejase sin
nariz a un canónigo de Jaca, ofensor de su madre: el caso legal duró veinte años

Al año de sucedido, llegó el caso a la Real Audiencia de Zaragoza, que citó a los agresores. Todos alegaron estar tan enfermos "que no podemos salir de nuestras casas ni aun hir a la iglesia". En Jaca hubo "bregas y escándalos" y, tras cuatro años de pendencias, en 1507 se cocía un conflicto armado en la ciudad; el justicia de Jaca mandó prender y encerrar al jefe de los Abarca: no lo logró, pues se opusieron sus partidarios, "armados con tiros de fuego, ballestas armadas con sus dardos, lanzas y espadas desenvainadas, con las que amenazaron a los magistrados, dándoles algunos golpes y enpuxones".

Pero la Iglesia declaró a los desnarigadores "condemnati, excommunicati, agravati, reagravati, et interdicti", con dura pena económica añadida. Cuatro tribunales, incluida la Rota, rechazaron los recursos de Juan Abarca, que, al fin, se declaró vencido. El 27 de diciembre de 1511, el altivo don Juan, en el altar mayor de la catedral y ante notario, se despojó de su capa, "quedó con un sayo, se descalzó, se quitó el sombrero y quedó en cabellos y descinto". Con una cuerda al cuello y un cirio en la mano, oyó misa arrodillado "en la grada más baxa del altar mayor" y rezó cinco veces el ‘Miserere’ ante el gentío que abarrotaba el templo. El 12 de enero entregó al Cabildo un cáliz de plata y quedó ‘reconciliado’.

Pero Bonet viajó a Roma y logró que se excomulgase al de Abarca y que Jaca quedara bajo interdicto papal si no expulsaba a Don Juan: no podría celebrarse ningún oficio divino. Cayó una granizada y se tomó como prueba de la ira divina... Abarca hubo de plegarse otra vez. El hombre tuvo un fin trágico y deshonroso: fue ahorcado por vender caballos al enemigo –contra el que había luchado– durante la guerra con Francia. Ignóranse los detalles. Yace en San Juan de la Peña y en la losa tumbal se ve el escudo con las abarcas, blasón de su familia.

Sintetiza así Gómez de Valenzuela: "Mezcla de hombre de honor y bandolero, prudente y sagaz, administrador de su casa y estados, que no toleraba afrentas a su honra, pero capaz de realizar una penitencia pública (…), rebelde a las leyes, devoto hijo y buen padre, celoso de la pervivencia de su casa, solar, linaje, estirpe y blasones. Don Juan fue un residuo medieval en un mundo en cambio (…) Comparable a los personajes valleinclanescos de las Comedias bárbaras, despierta una irresistible admiración, como la producida por un ciclón".

Así se las gastaban estos infanzones, padres de los Fueros y capaces de la más fiera barbarie. 

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