Por
  • Eva Cosculluela

Democracia

Un momento del pleno de ayer en el Congreso de los Diputados.
Democracia
Jesús Hellín / Europa Press

Con el paso del tiempo, las prioridades de los gobiernos cambian para adaptarse a la vida y a las nuevas necesidades. 

En este primer tercio del siglo XXI, las políticas medioambientales y la lucha contra la violencia de género se colocan, lamentablemente, en las primeras líneas de las agendas políticas. Las consecuencias del cambio climático, cada vez más visibles, y las cincuenta mujeres asesinadas en 2022 en nuestro país no dejan lugar a dudas: estamos ante problemas serios que requieren atención. Quizá menos llamativo y más difícil de identificar, aunque no por eso es un problema menor, es el debilitamiento que está sufriendo la democracia, tal vez porque la damos por conseguida y asentada y estamos convencidos de que no hay vuelta atrás. Ojalá estemos en lo cierto.

A diario escuchamos a los políticos que nos representan hablar de "Gobierno ilegítimo", "Gobierno okupa" y llamar golpista al presidente; vemos en el Congreso de los Diputados cómo los insultos y las descalificaciones llegan a lo personal, convirtiendo las sesiones en la cámara en bochornosos espectáculos barriobajeros; observamos a estos mismos políticos, que en teoría deberían solucionar los problemas de los ciudadanos, aumentar el ruido dentro y fuera del Parlamento y contagiar la crispación utilizando políticas populistas. Sólo hay que ver lo que ocurrió en el Capitolio hace ahora dos años y lo que acaba de ocurrir en Brasil para demostrar dónde llevan esos populismos. Protejamos la democracia, sólo así estaremos protegidos nosotros.

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