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  • Ángel Garcés Sanagustín

Somos

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Heraldo

Este artículo no desentierra ninguna gesta histórica ni evoca ninguna emotiva canción, porque se centra en lo que somos y no en lo que fuimos. 

Hay frases hermosas, que conducen a la melancolía. Se ha repetido hasta la saciedad que los aragoneses somos muy pocos, pero no poco. Con ella se rememora, en parte, un pasado que se presume glorioso, frente a las vicisitudes del presente. Sin embargo, creo que los aragoneses somos muchos y mucho, gracias a nuestra doble condición de ciudadanos españoles y de la Unión Europea. Compartimos este trayecto histórico con castellanos y valencianos, y también con portugueses y franceses. Nuestro futuro depende del reforzamiento de ambos proyectos, el nacional y el europeo, máxime cuando navegamos por las aguas bravas de la incertidumbre.

El ‘brexit’ está colapsando al Reino Unido. Su desvarío político y su deriva económica son evidentes. Los británicos no han entendido que la soledad debilita ahora más que nunca y que el pleno autogobierno es una quimera. Han retomado el descontrol de su decadencia. Prefieren ser bisnietos del Imperio que hijos de Europa. En todas partes, la intervención del Estado se ha reforzado y se prodiga por doquier, pero sus logros son más difusos. Sólo las superpotencias ejercen con plenitud su soberanía. El ‘brexit’ ha sido la manifestación de su última ensoñación colonial.

Como aragoneses, compartimos trayecto histórico con los demás españoles y con el resto de los europeos

Ensoñación, palabra que aparece en la sentencia del Tribunal Supremo que condenó a los principales líderes del ‘procés’. No son los únicos ilusos. En 2018, las Cortes aragonesas aprobaron la Ley de actualización de los Derechos Históricos de Aragón. Al año siguiente, la mayor parte de su articulado fue declarado inconstitucional. Los preceptos que quedan vigentes son meras declaraciones pomposas sin incidencia en la práctica. Por cierto, ¿en qué mejoró la vida de los aragoneses la aprobación de este manifiesto histórico sin efectos jurídicos? ¿Contribuyó, acaso, a reducir las listas de espera en la sanidad o a mejorar nuestro sistema educativo?

La Historia debe dejarse a los historiadores. Los políticos que juegan con los hechos históricos reinventan falazmente el pasado. Recientemente, asistí a un congreso en Valencia y algunos ponentes rememoraron la batalla de Almansa, que, en 1707, allanó el camino de las tropas borbónicas al Reino de Valencia. Coincidiendo con su aniversario, el 9 de octubre de 1977, se celebró la manifestación más multitudinaria en reivindicación de su autogobierno.

El bucle melancólico que produce la derrota tiene mayor poder de atracción que el de la victoria y nos aboca a la ucronía. Nos permite soñar con lo que podríamos haber sido de haber sucedido las cosas de manera distinta. En ocasiones, los ‘alquimistas’ del pasado tienen más predicamento que los historiadores, porque consiguen transmutar en oro los desechos de la Historia.

Nuestro futuro depende del reforzamiento tanto del proyecto de España como de la Unión Europea. No debemos prescindir de ninguna de esas identidades

Francisco de Goya es un genio universal y, como ocurre con todos los grandes talentos de la historia, su lugar de nacimiento es irrelevante. La genialidad de Goya no deriva del parto acaecido en Fuendetodos. Su obra hubiera alcanzado los mismos niveles de excelencia en el caso de nacer en Segorbe o en Calahorra. Es cierto que, gracias a esta circunstancia, le tocó la lotería a Aragón. Ayuda a que se nos conozca y pone en valor lo que somos. Sigamos, pues, presumiendo de este aragonés de talla universal, a pesar de que murió en Burdeos, tras abandonar su país por el acoso de algunos ‘patriotas’.

Siempre he pensado que es más significativo el lugar en el que uno muere que el lugar donde nace. Pone de manifiesto lo que has pretendido ser o lo que te han obligado a hacer, como les ocurrió a todos aquellos que emprendieron el camino finito del exilio o el éxodo infinito de la fosa común.

Somos aragoneses, españoles y europeos. Y cada una de estas identidades nos fortalece. Prescindir de cualquiera de ellas implica una necia automutilación y un temerario desafío al futuro.

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