Dos dimensiones

Dos dimensiones.
Dos dimensiones.
Pixabay

Hay personas que, habiéndose tenido por misántropas, se han sorprendido anhelando el roce humano. 

El confinamiento, el teletrabajo y las demás restricciones impuestas les han despertado una empatía que ignoraban. Si antes desdeñaban a sus congéneres, ahora, con la avidez del cachorro que busca pezón, van al encuentro de miradas que saludar, torsos que abrazar y mejillas que besar.

En el polo contrario, junto a anacoretas y a gente con vocación monástica, figuran quienes, habiendo probado las mieles del exclusivo contacto digital, han descubierto o han aumentado su aversión a relacionarse en tres dimensiones y con los cinco sentidos. No sé si se trata de un ser humano reciente, o de uno que, tras milenios soportando en carne y hueso a su especie, por fin, mediante herramientas de última generación, puede gozar de la sociabilidad a distancia.

Entre los extremos referidos, en medio del fuego cruzado, estamos la inmensa mayoría, combatientes en la guerra que se declaró en las sociedades más tecnológicas de la era contemporánea, cuando el público empezó a enviar telegramas, a llamarse por teléfono y a ser atendido por máquinas, como en la Nueva York "automática" que describió con sarcasmo Julio Camba en 1932.

Una guerra que, librándose también en el seno de cada individuo pegado a un teclado, apunta a la hegemonía digital y a la relación entre avatares. Sin embargo, quizás no esté todo perdido. Yo tengo puesta mi esperanza en nuestra vilipendiada animalidad y, sobre todo, en la atracción sexual, a la que no logro imaginar completamente confinada entre dos dimensiones.

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