Por
  • M. García Guatas

Costa en sus momumentos

Joaquín Costa, representado en Graus como un senador romano.
Joaquín Costa, representado en Graus como un senador romano.
Archivo Heraldo

No ha habido en Aragón un personaje de la política, del arte o de la cultura que haya tenido más presencia escultórica (monumentos, bustos, lápidas conmemorativas) que Joaquín Costa. Y desde bien pronto, pues el primero se propuso a los pocos días de su fallecimiento en febrero de 1911. Bastantes años después será Goya el que alcance ese palmarés a golpe de efemérides.

Estas iniciativas para honrar a Costa fueron historias construidas en pequeñas distancias personales.

Destacaron tres oscenses: su admirador Manuel Bescós, ‘Silvio Kossti’, y los pintores Félix Lafuente y Ramón Acín, aunque este tenía 22 años cuando su muerte, pero, íntimo de Bescós y Lafuente, prolongará su admiración con varias propuestas artísticas.

Pero en la formulación de los primeros monumentos fueron determinantes tres zaragozanos: desde Madrid, el afamado periodista Mariano de Cavia y los escultores Dionisio Lasuén, director de la Escuela de Artes e Industrias, y el joven José Bueno que secundará las principales iniciativas.

En la cima del Moncayo. La primera idea fue de Cavia, quien al día siguiente de la muerte escribía en ‘El Imparcial’ de Madrid este rotundo pensamiento: "A Costa se le debería alzar severo y granítico mausoleo en el Moncayo, desde cuya cima se alcanza a ver tantas llanadas, montes, ríos, pueblos y ciudades de Aragón, de Navarra y de Castilla".

Dos referencias insuflaban la encendida prosa de Cavia: la proyección nacional de la imagen del pensador político de Costa y la formulación tan germánica y nietzscheana de su monumento que –explicaba a continuación– debía estar acompañado de la representación de una Walhalla como la levantada en Regensburg para panteón de los héroes germanos.

El Grupo Escolar más moderno de Aragón fue el mejor homenaje a Costa.
El Grupo Escolar más moderno de Aragón fue el mejor homenaje a Costa.
Archivo Heraldo

Anduvo perspicaz Lasuén, quien tres días después improvisaba para este periódico un dibujo con la cabeza de Costa tallada a escala colosal en la cima del Moncayo, en cuya parte inferior se abría el panteón. Esta fantasía se convertirá bien pronto en realidad, acomodada al espacio del cementerio.

Convocó de inmediato la comisión municipal un concurso de bocetos y fue elegido el presentado por Silvio Kossti y Lafuente, que seguía las ideas de Cavia. Y manos a la obra: un año después se colocaba la primera piedra en el cementerio de Torrero, seguida por una increíble asistencia de más de diez mil personas.

Y allí, en lo alto, al final del andador central, se puede contemplar tan original composición rocosa, arquitectónica y escultórica, presidida por el busto de Costa, esculpido por Lasuén, que en 1917 se concluirá con la artística verja que lo rodea. Es, sin duda, el sitio escultórico más pintoresco y evocador del cementerio zaragozano.

Durante los siguientes diez años se prodigaron las iniciativas de memoriales a Costa. Una muy temprana fue la maqueta modelada por José Bueno en aquel año de 1911 para un monumento en Barbastro, con su cabeza en un pedestal, escoltado por un león y un obrero que, aunque no se llevó a cabo, luego será el más tenaz autor de estos memoriales. Por ejemplo, diseñará en 1918 la artística lápida, encargada por los aragoneses de Madrid para la fachada de la casa que habitó en la calle del Barquillo. Otra lápida escultórica con su rostro (de autor desconocido) se colocó en la fachada de la casa que habitó en Graus.

Su efigie, esculpida por Pascual Salaberri en un medallón, decora desde 1919, con las de trece pedagogos antiguos y contemporáneos y otros personajes, la fachada del Grupo Escolar Gascón y Marín.

"Entre los monumentos que se soñaron y se levantaron, el mejor homenaje: una escuela"

Aquella primera visión imaginaria del monumento a Costa la interpretará en 1925 Ramón Acín –artista y pedagogo anarquista– en una lámina con su cabeza tallada en la cima de la montaña a la que ascienden grupos de gentes en homenaje a ‘Joaquín Costa-cantera inagotable de enseñanzas y remedios para la patria’, como reza el rótulo de tan monumental escenografía.

Pero el monumento que mejor armoniza el arte, la iconografía y el pensamiento de Costa es el que se erigió a la entrada de Graus, donde vivió sus últimos años. Vino a inaugurarlo en septiembre de 1929 el presidente del Gobierno, general Primo de Rivera, en cuyo ideario político quería encajar al pensador aragonés como ejemplo del cirujano de hierro que necesitaba su pronunciamiento militar de seis años atrás.

Sin embargo, dos décadas después seguía permaneciendo viva la admiración por Costa, pues el monumento se había financiado por suscripción nacional.

Coincidieron en su concepción los dos artistas mejor preparados de la época: el joven arquitecto Fernando García Mercadal y el veterano escultor José Bueno. Por eso resultó tan acertado, innovador y discreto.

Mercadal diseñó un monumento sin pedestal, al estilo racionalista que había introducido en España. Consistió en un estanque rectangular en cuyo espejo se reflejaba la potente figura de Costa, sentado en el medio, respaldado por un muro de sillares en los que campean sus dos pensamientos políticos básicos para los españoles: ‘Escuela - Despensa // Política hidráulica’. Lo representó el escultor a la antigua: como un senador romano con túnica, sosteniendo un infolio como emblema de su pensamiento.

"No ha habido en Aragón un personaje de la política, del arte o de la cultura que haya tenido más presencia escultórica que Joaquín Costa"

Un duradero ideal educativo. No tuvo Costa oportunidad de formular en propuestas de leyes sus ideas políticas, pero, sin embargo, su ideal educativo (del maestro que empezó estudiando y del activo colaborador de la Institución Libre de Enseñanza) se va a plasmar de manera efectiva y duradera en el Grupo Escolar más moderno de Aragón.

La idea surgió del Ayuntamiento de Zaragoza, a propuesta (según escribía el profesor Víctor Juan) del concejal Antonio Mompeón, gerente de HERALDO DE ARAGÓN: "¿Qué mejor monumento a Joaquín Costa que una escuela modelo a su nombre?", se proclamaba desde estas páginas para conmemorar los diez años de su muerte.

Se encomendó el proyecto al arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro y se inauguraba en 1929. Fue modélico en su concepción arquitectónica, en los complementos artísticos que la decoraban y que conserva en buena parte y, sobre todo, en los nuevos aprendizajes que ofrecía. Durante los primeros veinticinco años será su director el maestro y escritor oscense Pedro Arnal Cavero, entusiasta seguidor de las ideas de Costa.

Sin duda, Costa –tan grave, adusto y con frecuencia enojado– se hubiera emocionado ante este monumento a sus convicciones en la enseñanza pública, donde continúan ejerciéndola sucesivas generaciones de maestros y maestras.

* M. García Guatas/Universidad de Zaragoza

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