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La cartilla gris

La antigua escuela recuperada de Mosqueruela
Una antigua escuela
 

Había una vez un niño que vivía en un pueblo muy pequeño de la España que se vaciaba a borbotones. Con apenas seis años cumplidos, tuvo que abandonar su casa y su familia de lunes a viernes para estudiar en un colegio situado en una localidad más grande.

Así que pasó de subirse a los árboles, coger grillos y caminar por los tejados de las casas abandonadas a estar encerrado en la escuela y en un internado entre cuatro paredes. En el aula no paraba quieto, y cuando lo hacía, se agazapaba bajo el pupitre para dejar volar su imaginación.

Al curso siguiente, volvió a aquella clase con la misma cartilla gris que le había acompañado todo el curso anterior. Le extrañó que sus compañeros eran más pequeños que él, y además lucían una cartilla de un luminoso verde, su color favorito porque le recordaba la naturaleza. Entonces fue cuando tanto el pequeño como sus nuevos compañeros que le señalaban con el dedo comprendieron que había repetido curso.

Pasaron los años y aquel niño fue forjándose un carácter duro siguiendo una simple máxima: lo que no te mata te hace más fuerte. Tuvo la suerte de encontrar en su camino a otros profesores que despertaron en él la confianza necesaria para desplegar su capacidad intelectual, que por cierto tenía a raudales.

Ahora se desenvuelve con soltura por la vida, es un hombre reconocido y ha formado una gran familia. Pero nunca olvidó aquella cartilla gris que pudo acabar con los sueños que pergeñó bajo la mesa de clase.

Esta historia, que aunque parezca un cuento es real, data de un tiempo en el que el reglazo en las yemas de los dedos tocaba a su fin en las escuelas. Pero muestra la incurable cicatriz que puede dejar el castigo psicológico.

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