Embarcaderos en el asfalto

Terrazas en la zona azul en Zaragoza.
'Embarcaderos en el asfalto'
Oliver Duch

Lo retrógrado puede tener pinta de avanzado. 

Pienso en el derecho a decidir catalán, en los indultos por la concordia, en el movimiento contra las vacunas, o en la libertad de creencias que encubre dogmas intolerantes. Pienso igualmente en un lenguaje que, llamándose inclusivo, no consiste en sacar el machismo del habla común, sino en un artificio elitista. Y también es lobo con piel de cordero, a tenor de los votos de centro y socialistas que ha devorado, el nuevo derecho a llevar en la muñeca una pulsera en la que "ponga libertad", como lo pone en la tierra mítica a la que cantó Labordeta, la cual, por cierto, también tiene cierta querencia populista.

Otras veces, en cambio, pasa lo contrario. El progreso parece involución. Tal es el caso de las terrazas hosteleras que están tomando aceras y calzadas. Al principio me espantaban. Solo veía la mengua de espacio público que entrañan y los problemas vecinales que iban a ocasionar. Sin embargo, ahora gozo del feísmo democrático de esos embarcaderos en el asfalto, cada uno, de su padre y de su madre. Hasta los imagino convertidos en reclamo turístico.

En cuanto a la convivencia, creo que estos elementos, además de aliviar negocios, aumentar las arcas municipales y servir al esparcimiento, van a ser escuela de urbanidad. Suavizarán las costumbres, como desde 2008 lo vienen haciendo el tranvía, con su dejar salir antes de entrar, y las bicicletas, atribuyendo a cada cual su vía y moderando la velocidad de los vehículos. En un futuro no muy lejano, la ciudadanía departirá con sosiego, sin levantar la voz.

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