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Los olvidados

Concentración de celadores a las puertas del hospital Miguel Servet.
Concentración de celadores a las puertas del hospital Miguel Servet.
Guillermo Mestre

La monitora recibe al niño a pie de autobús a punta de termómetro, en el paseo de Los Olvidados. La sonrisa se intuye bajo la doble mascarilla al observar que los ojos somnolientos del pequeño le interrogan por el resultado de la toma de temperatura. Un gesto indica que ha superado la prueba: puede subir al autocar que le conducirá al colegio. El niño respira con alivio mientras se acomoda en el asiento, aunque no lleve a su lado acompañante por las medidas anticovid. Después de seis meses de paréntesis, valora más que nunca el reencuentro físico con sus compañeros de clase.

La madre también exhala un suspiro aliviada: el curso echa a rodar. Día adelante. Cruza los dedos y mira al cielo pidiendo que esta «normalidad» tan anormal dure, al menos, hasta vacaciones de Navidad. Sabe que en el camino pueden cruzarse unas décimas de fiebre de incierta procedencia (¿gripe? ¿amigdalitis? ¿covid?) que darán al traste con el díficil equilibrio en el que vive la familia para cuadrar todas las agendas y cumplir cada uno con sus responsabilidades.

En el trabajo en un centro hospitalario la reciben como a su hijo: a punta de termómetro. También supera la prueba e inicia su jornada pensando si, un día más, se escabullirá del virus SARS-CoV-2. En su caso es como jugar a la ruleta rusa. Muchas personas no entienden que deben mantener la distancia de seguridad y la mascarilla bien puesta al dirigirse a ella y a sus compañeros. Se siente invisible y en primera línea de fuego, sin metacrilato ni otra barrera que la proteja. Ni a ella... ni a su familia. Los celadores se sienten los olvidados de esta pandemia.

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