Fiestas: quiero y no puedo

Revellers hold up traditional red scarves in front of the town hall where the firing of "chupinazo", which opens the San Fermin festival that was cancelled due to the coronavirus disease (COVID-19) outbreak, should have taken place, in Pamplona, Spain July 6, 2020. REUTERS/Jon Nazca [[[REUTERS VOCENTO]]] HEALTH-CORONAVIRUS/SPAIN-BULLS
Unos cientos de pamploneses se reunieron en la plaza del Ayuntamiento a la hora del suspendido chupinazo.
JON NAZCA

Las escenas que llegaron el lunes pasado desde Pamplona inspiraban patetismo: eran las de un quiero (y con lo que estamos pasando, lo quiero mucho además) y no puedo, una vía segura a la frustración. En las calles había gentes vestidas de blanco y rojo para una celebración que no será, sorteando controles y despliegues de antidisturbios, con un helicóptero policial también vigilándolas desde los cielos que a esas horas debía estar surcando el chupinazo. Mientras, los hosteleros y comerciantes se mostraban muy expectantes ante cualquier ingreso extra tras tanta pérdida y muy temerosos a la vez de que las cosas se descontrolaran y arruinaran aún más los meses venideros. Y los políticos comparecían equilibrando las apelaciones a la prudencia con los gestos de complicidad hacia sus muy chafados votantes.

Lo de la capital navarra fue una ventana al futuro inmediato para adivinar qué puede pasar en este 2020 sin fiestas patronales a causa de la covid-19. En Teruel, el Ayuntamiento y la Subdelegación del Gobierno han avisado ya de que la ciudad se blinda policialmente durante este fin de semana para abortar cualquier ímpetu juerguista en los días de la Vaquilla. Por San Lorenzo, el mes que viene, se repetirán en Huesca los controles y las llamadas a la contención. A lo largo de este verano, todas las localidades aragonesas lidiarán como sepan con el roto anímico y económico que les va a suponer un año sin días grandes.

Y llegará el otoño y la hora de la capital. Las extrañas fechas en las que esta programa sus festejos pueden constituir por fin una ventaja: ser la última en el calendario español convertiría esta vez a Zaragoza en la primera, quizás la única. La tentación de aprovechar la oportunidad es grande. Su Ayuntamiento sigue alimentando la esperanza de que de alguna forma habrá Pilar, sin precisar todavía el cómo aunque sí descartando unas fiestas como las acostumbradas en las últimas décadas, multitudinarias en los ritos y los espectáculos. Tendrá que hilar fino. Mejor, por si acaso, llegar desengañados a aquellos días de octubre. Porque las cosas –la evolución de la pandemia– hacen impensable cualquier celebración compartida ahora mismo, cuando los rebrotes se van sucediendo por el país, la situación mundial empeora y se mantienen muchas de las incertidumbres sobre la nueva enfermedad.

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