LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA

José-Carlos Mainer: "Mis 80 años están marcados por la vuelta a Zaragoza y la libertad"

Nacido en Zaragoza en 1944, excatedrático de Literatura, es un sabio curioso y apasionado de la literatura, a la que le ha dedicado toda su vida

José-Carlos Mainer (Zaragoza, 1944) cumplirá 80 años en julio. La revista 'Turia' le dedica un perfil.
José-Carlos Mainer (Zaragoza, 1944) cumplirá 80 años en julio. La revista 'Turia' le dedica un perfil Y pronto Taurus reeditará su libro 'La Edad de Plata, 1900-1939'.
Toni Galán.

José-Carlos Mainer Baqué (Zaragoza, 1944) es uno de los grandes estudiosos de la literatura española, de los más queridos y admirados. Atesora una obra reconocible, variada y extensa. En su labor, donde ha sido clave su magisterio como profesor, ha amasado, con erudición, rigor y pasión, un sinfín de asuntos nacionales y aragoneses con un método muy personal que parte de un principio o de un axioma: «El que solo sabe de literatura, ni de literatura sabe». Por eso sus trabajos son como una urdimbre de conocimientos literarios, artísticos, históricos y sociológicos, y el despliegue de un lector entusiasta que ha sabido desarrollar lo que él denomina ‘tramas’: un conjunto de «asociaciones tejidas al azar (o la certeza) de las fechas, los ambientes o los motivos». Dirigió la Biblioteca de Autores Aragoneses de la editorial Guara, coordina la colección de epistolarios de la Residencia de Estudiantes y ha firmado libros esenciales sobre muchos autores: Pío Baroja, al que editó para Círculo de Lectores, Manuel Azaña, Ernesto Giménez Caballero, Wenceslao Fernández Flórez y otros muchos autores de posguerra, entre ellos Joan Margarit, Javier Marías o Antonio Muñoz Molina. Pero también ha trabajado sobre muchos aragoneses: es uno de los grandes expertos de Ramón J. Sender y Benjamín Jarnés, entusiasta lector y amigo del poeta Rosendo Tello y, por supuesto, buen conocedor de Miguel Labordeta y de José Antonio Labordeta, de quien publicó una biografía en Júcar y prologó una novela suya en Anagrama como ‘En el remolino’. José Domingo Dueñas le dedica un perfil meticuloso en la revista ‘Turia’.

¿Cómo encara esa cifra redonda de los 80 años que cumplirá en julio? Creo que hay en marcha algunos homenajes...

Para mí son años que están marcados por mi regreso profesional a Zaragoza y, sobre todo, por el ejercicio pleno de la libertad política.

En su trayectoria, aunque sea de los primeros títulos, hay un libro capital como ‘La edad de plata (1930-1939)’. Ha tenido varias reediciones y sigue recogiendo elogios. ¿Sigue siendo para usted una puerta de acceso a una época de la cultura española, clave y muy rica?

En principio fue solamente un título que sonaba bien y que anticipaba mi interés y mi afecto por las letras desde el fin del siglo XIX a los años republicanos. Pero ni yo inventé aquel nombre ni pensé nunca que iba a convertirse en una referencia que, al parecer, está bastante viva.

¿Tiene la sensación, entonces, de que no ha perdido nada de su condición de manual tan útil como revelador?

A la vuelta del verano de 2023 firmé con Taurus el contrato de una nueva edición en la que no he cambiado apenas nada, pero que llevará sendos estudios de Jordi Gracia y José Domingo Dueñas sobre lo que significó en su tiempo. Y ambos tratarán de la huella de ese libro que he tenido que volver a leer con alguna aprensión… aunque reconozco que no demasiada.

¿Cuáles serían para José-Carlos Mainer los nombres clave de la literatura aragonesa en ese proyecto? Ha trabajado por extenso a dos grandes figuras como Ramón J. Sender y Benjamín Jarnés. ¿Cree que han calado, que está viva su obra o que, como otros muchos casos, a pesar de las tentativas navegan en las aguas del olvido?

Por supuesto, se trata de las más significativas aportaciones aragonesas al periodo más brillante de las letras españolas del siglo pasado. Y es patente que no tardaron tanto en recibir su parte alícuota de los elogios: Benjamín Jarnés fue siempre víctima de los lectores perezosos; la obra de Ramón J. Sender fue algo más prolija y caprichosa de lo que debía y también eso le perjudicó ante lectores más convencionales. Pero ambos son, sin duda, las dos mayores aportaciones regionales a un periodo muy poblado de grandes escritores.

Otra figura capital, y un gran amigo suyo y de su esposa Lola Albiac, es Ildefonso-Manuel Gil. ¿Qué le interesó de él?

De Ildefonso–Manuel Gil le diría que su obra vino marcada por la necesidad de ganarse la vida, hacerse perdonar su condición de disidente y por el desdén de alguno de sus contemporáneos. Yo creo haber cumplido al menos la parte que me tocó de su merecida recuperación en la editorial Guara.

Ya en plena democracia, estudió la obra de Miguel Labordeta, ‘poeta de posguerra’. ¿No sé si es un poeta más evocado o citado que leído?

El caso de Miguel Labordeta fue algo distinto y, al cabo, también fue el que más satisfactoriamente ocupó un lugar de privilegio.

José Antonio Labordeta ha sido un amigo entrañable para usted, ya coincidieron en ‘Andalán’ y otros foros, pero también ha sido objeto de trabajos suyos y de ediciones. ¿Nos queda el mito o cree que su magisterio, tan plural, y su escritura siguen siendo importantes?

En el caso de José Antonio, hermano de Miguel, hubo un merecido y general consenso en su favor y una larga huella como mito aragonés, lo que –debo decirlo– a veces exageraba ciertos componentes de su obra en perjuicio de otros más personales.

"De Ildefonso–Manuel Gil le diría que su obra vino marcada por la necesidad de ganarse la vida, hacerse perdonar su condición de disidente y por el desdén de alguno de sus contemporáneos. Yo creo haber cumplido al menos la parte que me tocó de su merecida recuperación en la editorial Guara"

¿Cuál es su valoración de una serie de autores que, en los 80, con el fenómeno de la ‘Nueva narrativa’, se dieron a conocer? Javier Tomeo, José María Conget, Soledad Puértolas, Martínez de Pisón…

Las nombres que se arguyen aquí son claves de un importante periodo: Javier Tomeo, Soledad Puértolas, José María Conget e Ignacio Martínez de Pisón. En todos ellos hay un componente personal (humor, fantasía, violencia…) que los hace reconocibles hijos de su tiempo, pero a la vez son distintos entre sí… y casi todos son buenos escritores y, además, amigos míos.

Reflexionamos una y otra vez sobre la lectura, sobre los libros. ¿Qué le han dado, cómo definiría esa experiencia en el fondo tan íntima?

Si algo me define es mi condición de lector. Que consiste en haber convertido una irreprimible pasión privada en un oficio que he puesto al servicio de mis alumnos universitarios en primer lugar y, ya en segundo término, para quienes leen mis trabajos o ensayos de tema literario. A lo largo de estos años, en mis trabajo de crítico literario he dado a mis editores muchas más negativas que aceptaciones. Por supuesto, he leído muchos libros insufribles, pero he preferido no ser un crítico feroz (y he esquivado las ocasiones de ese orden). Y por eso tampoco he querido ser un colaborador fijo. Pese a esas actitudes (alguien dirá con razón que caprichosas…), he escrito bastante, incluso demasiado, pero ahora me he autolimitado todavía más.

"Si algo me define es mi condición de lector. Que consiste en haber convertido una irreprimible pasión privada en un oficio que he puesto al servicio de mis alumnos universitarios en primer lugar y, ya en segundo término, para quienes leen mis trabajos o ensayos de tema literario"

El año paso hizo una donación a la Caja de Letras del Instituto Cervantes de algunos materiales tuyos, entre ellos fragmentos de una novela de ficción de juventud. ¿Es uno de los momentos más emotivos de su carrera?

Desde luego. Y siento que me han premiado precisamente en el último tramo de mi carrera.

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