LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA
José Luis Gracia Mosteo canta los paisajes del Jalón y reinventa la poesía rural
El escritor de Calatorao, que regresa cada cierto tiempo a la lírica, publica en Olifante ‘Campos de Aragón’ sobre los escenarios de la memoria
“Eso es ser labrador, eso fue la agricultura”. José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, 1957) es un reconocido y prestigioso escritor a nivel nacional, por su potente narrativa y por sus ácidos ensayos. Pero, de vez en cuando, necesita dar rienda suelta a su espíritu creador y escribir poesía. Y éste es uno de esos momentos. A su nuevo libro de poemas, ‘Campos de Aragón’, le preceden ‘La balada del Valle Verde’, ‘Blues de los bajos fondos’, ‘Romancero negro’ y ‘La pierna ortopédica de Rimbaud’.
Una vez más, Gracia Mosteo canta a los campos de su querido valle del río Jalón, a su vegetación, a sus frutos, a su aroma… En todo el poemario subyace el anhelo a su tierra que le vio nacer, a sus gentes y al olor de sus campos recién bautizados. “Canta entonando que el cielo / en esa tierra rugosa / de suaves colinas pardas / que del horizonte brotan; / canta su tierna verdura, / sus arroyos y sus frondas; / canta a ese Olimpo mortal / donde solo existe ahora, / ese cielo en el que nacen / el vino, el sol, la amapola”.
La edición de Olifante es de factura es exquisita y encomiable. Y en ella, discretamente, se refugian los poemas de Gracia Mosteo.El libro se divide en cuatro partes que evocan los cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego. Todos los poemas llevan unos bellos encabezamientos de distintos escritores (Rimbaud, Lope de Vega, Bocaccio, García Lorca, etc.)
El autor vivió con estupor y con verdadero respeto el drama de la pandemia en su apartamento de Madrid. Su alma se encogía cada vez que oía el incesante y siniestro ruido de las sirenas; sonido que preludiaba el hecho de una muerte incierta. Entonces su alma se despojaba del entorno urbano, se deshacía de sus vestiduras carnales y viajaba a su querida y anhelada tierra aragonesa, a su personal Arcadia (‘et in Arcadia ego’). Y sentía el aroma de la fruta recién cogida, el de los regatos y la tierra húmeda, el del cilantro, el del diente de león, el del romero y el tomillo, allá en los cerros. Y su rostro era acariciado por la humedad de las aguas del milenario río Jalón. Escribe: “Llueve a mediados de agosto / sobre oleajes de alfalfa, / llueve y los mares de hierba, / tréboles y albahaca / con la tormenta se mecen / cual océanos de paja.”
En la primera parte de poemario, es decir, el dedicado a la Tierra, los dioses del Olimpo se entrelazarán sobre las líneas de los versos para cantar a la tierra verde, al racimo y el mosto. Y ellos entregarán la tierra como elemento de riqueza al ser humano. Pero será la diosa Artemisa, la protectora de la caza, los animales salvajes y el terreno virgen la que merecerá todo un poema por parte del autor.
Releer ‘La balada del Valle Verde’, ya denota que José Luis Gracia es un verdadero maestro en lo que se puede denominar “poesía rural”. Nadie como él ha sabido hacer versos tan bellos y conmovedores dedicados al mundo del campo, a sus cansados y agotados pueblos, a sus tierras hoy día baldías (y de lo que se lamenta el autor en algunos poemas), a la vegetación, a los sotos, al bosque de ribera y a los animales que en él habitan. A aquella riqueza agrícola que conoció de infante y que, hoy día, no vale casi nada. Estamos ante un poemario liviano, etéreo, verdadero; en unos aspectos turbador y en otros recóndito y delicioso.
UN POEMA DE 'CAMPOS DE ARAGÓN'
LA LLUVIA INFINITA
«Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas / almas de fuentes claras y
humildes manantiales! / Cuando sobre los campos desciendes lentamente / las rosas de mi pecho con tus sonidos abres».
Federico García Lorca
I
Llueve y llueve sobre el campo
mientras los prados se embalsan,
batiendo el cielo a la tierra
en una mansa batalla.
Llueve y llueve sin parar
y nos cerca su fragancia
a humedad y sueños limpios,
inconsciencia y esperanza.
Llueve y llueve en los sotos,
deja la tierra mojada,
llueve y canta que la vida
es tormenta, mas sin agua.
II
Llueve una suave garúa
a la hora en que te levantas,
alrededor de las cinco
pues los calores aguardan;
llueve mientras tú te vistes
ropa vieja y alpargatas,
apurando el desayuno
pues los perros ya te ladran
esperando a que los subas
33al coche que raudo arranca;
cae una suave llovizna
mientras la campiña exhala
su fragancia a hierba tierna
y juventud verde y calma;
llueve un blando calabobos
en el campo de manzanas,
mientras pones la escalera
al cielo de madrugada,
viendo cómo el sol asciende
en el alba perfumada.
III
Llueve a mediados de agosto
sobre oleajes de alfalfa,
llueve y los mares de hierba,
tréboles y albahaca
con la tormenta se mecen
cual océanos de paja.
Llueve despacio y sin ruido
de cristal en la ventana
de tu viejo cuarto azul
en que las horas desgranas,
llueve diciendo que somos
tierra, aire, fuego y agua.
Llueve y el suelo es estanque,
y Dios, un arco y sus gamas,
llueve y llueve sin parar
mientras las nubes te cantan
que tú también eres campo,
y te has de anegar mañana.
LA FICHA
‘Campos de Aragón’. José Luis Gracia Mosteo. Olifante, Ediciones de Poesía. Zaragoza, 2024. 70 páginas.