El Museo de Pérgamo berlinés es un apabullante, grandísimo espectáculo sobre la Antigüedad y el Medievo (para algunas sensibilidades, además, uno de los más sangrantes muestrarios de los expolios de época colonial), compuesto con varios de los principales conjuntos arqueológicos del mundo: empezando por el altar helenístico dedicado a Zeus y Atenea que le da nombre y siguiendo por la puerta de Istar, una de las de la muralla interior de Babilonia; o por la fachada del palacio omeya de Mushatta, salida de lo que hoy es Jordania; o también por el artesonado de la Torre de las Damas de la Alhambra.

En obras desde 2014, que debían haber concluido un lustro después y que han ido forzando cierres parciales, ha terminado anunciando que baja totalmente la persiana, lo cual ocurrió el pasado lunes, y que así seguirá hasta 2037. Aunque se confía en reabrir antes alguna sala, tal decisión supone un golpe para la capital alemana, que pierde uno de sus primeros atractivos, y la expresión del fracaso de sus gestores en sacar a tiempo la remodelación. 

Pero este revés se ha maquillado con una exposición sobre el altar de Pérgamo que puede verse en un edificio vecino y con una operación de ‘marketing’ para atraer público de medio mundo en las semanas previas al cierre e ir alimentando la ilusión por lo que vendrá cuando por fin vuelva a recibir visitantes.

Aquí también va a clausurarse por un largo tiempo un museo, el de Zaragoza, la próxima semana; se dijo en principio que para 18 meses y se habla ya de dos años. Igualmente, la radical medida llega tras años de reformas parciales y es mala para la ciudad. 

La diferencia es que, aunque se cumplieran las previsiones, no acabarán en 2025 las obras ni los cierres, ya que sigue pendiente la ampliación en la vecina Escuela de Artes y la reordenación de los fondos que conllevará. Va para muy largo y no estaría de más ir creando expectativas comunicando cuál es el resultado final al que se aspira y qué pasará mientras tanto con colecciones como la de Goya.